23 dic 2011

Propósito de 22 de diciembre (otra vez llega con retraso)

Es probable que los sueños no se cumplan, pero las pesadillas definitivamente lo hacen: hoy he visto una persona –más concretamente una mujer (más concretamente una mujer muy gorda)- comprar Coca Cola, Bollicaos, y comida para perro –de marca blanca. El cerebro es muy ágil para estas cosas, y ha sucedido algo similar a cuando ves una persona –más concretamente una mujer (más concretamente una mujer atractiva)- comprar condones: asociar ideas. Puesto que en ninguna mente humana cabría la posibilidad de que un perro bebiera Coca Cola, solo quedaba la de una mujer comiendo comida para perros.

Tal imagen me ha hecho enloquecer hasta el punto de replantearme muchos aspectos de mi vida, entre otros, el hecho de que tengo un blog que debería usar más. La verdad es que no prometo nada, pues nada os debo, pero lo intentaré.

PS: Si algún día llego a mil visitas, prometo comprar comida para humanos al perro de la señora gorda de las Coca Colas.

19 abr 2011

Assaig sobre la naturalesa del pessimisme

Temps estimat de lectura: 2 minuts i mig


Al llarg d’aquest petit assaig, intentarem quantificar la diferencia entre els pessimismes i els optimismes passius.

Com a primer postulat podríem afirmar que les bones opcions –a partir d’ara faré servir “opció” com a sinònim de “possibilitat”, “característica” o “circumstancia”- acostumen a venir de forma inesperada, per la qual cosa podem deduir que esperar bones opcions no és productiu ja que aquestes es produiran quan no s’esperen, de manera que seria una frustració del propi optimisme. Aquesta primera idea ja desfà el concepte que molts tenen de l’optimisme.

Deixeu-me, doncs, fer una nova definició de les paraules optimisme i pessimisme, ja que a dia d’avui, la definició del diccionari s’allunya bastant de l’ús que en fem. L’optimisme es esperar i creure que passaran coses bones. Que davant de diferents possibles resultats en una situació, trobarem el bo, o un dels bons. El pessimisme, per altra banda es viure en la convicció de que en una mateixa situació, obtindrem els pitjor dels resultats.

Arribat aquest moment, posem-nos una mica matemàtics tots plegats. Dibuixem en un paper una línia que vagi de 0 a 100. Situem el resultat neutre en el centre, sobre el 50. Se’ns planteja una situació qualsevol. El pessimista, situarà les seves expectatives sobre el 0. L’optimista, en canvi, les situarà en qualsevol punt entre el 50 i el 100. La mitja aritmètica, per tant, serà qualsevol punt entre el 0 i el 50.  Així doncs, podem afirmar que:

                1 pessimista + 1 optimista = ½ pessimista

Què passa en el moment d’afegir optimisme a la fórmula? En primer lloc, estem parlant en termes utòpics, ja que es molt difícil trobar en un conjunt mes persones tanta esperança descompensada. Però però no desestimar el mètode científic, plantegem-nos la hipòtesi de que ens trobem 2 optimistes al costat d’un pessimista, han d’arribar a l’hospital, i l’única manera que tenen d’arribar es amb un taxi. No tots creuen que el taxi arribi a temps. El pessimista (en endavant P) es situa en el punt 0 de la línia. Els optimistes (O1 i O2) se situen en punts dispersos entre el 50 i el 100%. Això ho podem traduir en:

                P: No arribarà el taxi a temps i em rebentarà l'apèndix
                O1: El taxi arribarà a temps de sobra, el conduirà una taxista, i em donarà el seu telèfon
                O2: El taxi arribarà just, però el taxista serà metge i em podrà operar al cotxe

En qualsevol cas, i obviant el fet sorprenent de que tres persones pateixin simultàniament en el temps i l’espai un atac d’apendicitis, els números ens criden un altre cop. O1 i O2 es conformen amb qualsevol expectativa entre el 50% i el  100%. Assumim una mitja de 75%. P espera 0%.

                (75 + 75 + 0) / 3  = 50%

Acabem de demostrar de manera irrefutable que el pessimisme té el doble de pes que l’optimisme. Dit d’altre manera, home pessimista val per dos.

4 abr 2011

Paraules nom i paraules cosa

Temps aproximat de lectura: 1 minut


No se sap ben bé perquè, però d’una manera intrínseca assumim que les paraules es diuen tal com s’escriuen i amb el seu significat. Sincerament opino que això es un error. M’explicaré. Jo per exemple sóc un noi d’una certa edat, amb el cabell curt i ulleres. I no per aquest motiu la gent em diu “Ei noi-de-certa-edat-amb-cabell-curt-i-ulleres, com va el matí?”, sinó que en canvi em diuen “Ei Dídac, com va el matí?”. A això em refereixo precisament. Si les persones, i els objectes tenen un nom indistintament de la seva aparença o funció, perquè les paraules no poden tenir-ne? En el cas d’una persona es posa el nom poc abans o després de néixer. En tot cas, és molt abans de determinar-ne la seva aparença o personalitat. En el cas dels objectes, es bategen en el moment en que s’ha determinat la seva funció i s’ha trobat un nom escaient.

Per tant crec que hauríem de tenir una llista de noms, amb els que anar batejant les noves paraules. Essent realistes, ja arribem tard a canviar noms com televisió, o tovallola, així que ens haurem de conformar amb paraules de nova creació. D’aquesta manera, hauríem de tenir una llista preparada, per cada cop que surti una paraula, poder-la batejar amb una altra. Així crearíem una nova divisió de les paraules: les paraules nom i les paraules cosa.

31 mar 2011

La editora

Tiempo aproximado de lectura: 3 minutos y medio   

    Está bien Sara, esta ya es nuestra… –miró a sus notas- quinta sesión.
   
    Así es doctora.
   
    ¿Cómo valorarías tu evolución en esta terapia?
   
    No lo sé doctora, me estoy gastando mucho dinero. No estoy segura de que eso ayude.
   
    Hace cinco semanas cuando me explicabas tu situación, me dijiste que el dinero no era un problema.
   
    Y no lo era. Hace cinco semanas tenía varios miles de euros en el banco. Pero ahora ya no están.
   
    ¿Los ha gastado?
   
    No. Creo que Ayurdi se los ha llevado.
   
    ¿Cuál de los dos?
   
    El joven, el real.
   
    ¿Pero los dos son reales para ti, no es así?
   
    Por eso vengo a verla, doctora.
   
    Quiero que vuelva a contarme su historia. Creo que hay una parte de su mente que no la cree, y si lo repite en voz alta suficientes veces, podrá rebelarse contra la parte que cree en los dos Ayurdis.

Era un jueves, creo. Venía de la universidad por la tarde y entré en un bar para no ir directa a casa. Pedí una cerveza, encendí un cigarrillo y empecé a repasar apuntes mientras esperaba la bebida.

Vi a un hombre sentado al final de la barra. Primero pensé “otro borracho”, luego pensé “este borracho está muy bueno”. Seguí leyendo los apuntes mientras terminaba la cerveza. Que suerte he tenido naciendo en una época en la que las mujeres podemos beber y fumar.

En un momento dado, el tipo de la barra se levantó. Me llamó la atención el hecho de que mantuviera tan bien el equilibrio. Probablemente, no estaba tan borracho como parecía. Se acercó a mí. Me dijo alguna tontería y me invitó a una cerveza.

Sin saber cómo, estaba vistiéndome en casa de ese hombre. Me había dicho que se llamaba Ayurdi de apellido, no recuerdo el nombre ahora mismo, y que se dedicaba a escribir, aunque no le iba muy bien la cosa. Había publicado algún cuento en fanzines de tirada mínima, pero poco más, ni de lejos podía vivir de eso.

Él seguía durmiendo. Me puse a curiosear algunos cuentos que había esparcidos por toda la casa. Estaban bastante bien. Pero me llamó la atención un escrito bastante más largo, encuadernado, que llevaba por título la palabra “Biografía”.  Estaba claro que hablaba de él, pero era imposible que fueran vivencias suyas, porque el protagonista de aquel libro había gastado ya más de cincuenta años. Se había proyectado a sí mismo como un cincuentón de éxito, un escritor famoso que prácticamente no necesitaba escribir para serlo.

Cuando se despertó le pregunté qué sentido tenía inventarse una biografía.

    Es decir, ¿no va en contra de alguna norma, o algo así?
   
    Cuando me paguen por escribir habrá que leer las cláusulas del contrato. Por ahora escribo lo que quiero.

Esta parte de la historia no tiene demasiada importancia, realmente. Le propuse ser su representante-editora-dama-de-compañía a ver que podíamos sacar. Aceptó, sonreí, y nos acostamos otra vez.
   
    Soy buena en la cama, ¿verdad?
   
    Eres impresionante. Todas las locas lo sois.

Su falsa autobiografía fue un éxito. Ayurdi empezaba a ser un escritor famoso, justo como contaba en el libro. A medida que el dinero iba llegando empezó a cambiar. Para ser sincera, yo también, así que no podía culparle. Pero un día llegaba a casa y lo encontré leyendo su libro. Me resultó algo extraño. Debería estar escribiendo cosas nuevas, el dinero no iba a durar para siempre.
   
    Soy el mejor.
   
    Eres impresionante cielo. Todos los egocéntricos los sois.

A medida que pasaba el tiempo, se fue obsesionando más con su libro. Lo leía a todas horas. Empecé a preocuparme. Cuando le sugería que intentase volver a escribir, directamente me ignoraba. Tenía la sensación de que admiraba tanto a su yo ficticio del libro que algún día haría brotar de él un copia suya para poder admirarla. Y eso fue exactamente lo que pasó. Se dividió ante mis ojos. Como una gota de lluvia que cae sobre la hoja de un cuchillo y se divide en dos iguales, en un instante había un Ayurdi y al siguiente hubo dos, idénticos, solo que más pequeños –como pasa con las gotas de lluvia.

En aquel preciso instante, doctora, el nuevo Ayurdi se puso a escribir. Yo me fui de esa casa. Los volví a ver alguna que otra vez, cuando…
   
    Lo siento Sara, se nos ha acabado el tiempo. ¿Nos vemos la semana que viene?
   
    Claro doctora. Si sigo viva.

29 mar 2011

Mi primera publicación

Tiempo aproximado de lectura: 2 minutos y medio
Como alguno de vosotros sabréis, y otros, además, habréis comprobado, labrarse un camino como escritor es difícil a día de hoy. Eso se debe esencialmente a dos motivos. El primero, somos muchos los que creemos que escribimos bien, pero pocos los que ignoran que realmente escriben bien. El segundo, es que las vidas que se viven hoy en día, no vale la pena contarlas. Si aburre vivirlas, sería sádico reproducirlo en un medio que además, exige un esfuerzo intelectual. Se podría añadir también que la gente no sabe leer. No quiero decir que muchos sean analfabetos –aunque lo estoy insinuando- sino que por alguna razón, la gente no es capaz de leer un libro con la misma agilidad mental con la que ve una película.

Por todo ello, la mayoría de nosotros estaremos escribiendo durante años en nuestro tiempo libre, aprovechando esta gran cosa que es internet, hasta que un día nos moriremos como “fulanito el que trabaja en el banco” y “el otro, el de la frutería”.

Pero aún queda una pizca de esperanza. El gobierno ha visto mi problemática y se ha puesto a ello. Yo personalmente, deduzco que se han visto incapacitados para solucionar la crisis económica del país, así que muy sabiamente, han empezado por retos más asequibles.

En mi caso particular, llevo ya un tiempo enviando manuscritos a varias editoriales, publicando en este y otros blogs, sin demasiado éxito. No obstante, la falta de éxito que me hace invisible en el círculo editorial, me convierte en toda una personalidad en el mundo administrativo.

A lo largo de mi vida –corta por ahora- he recibido unas diez o doce cartas de amigos míos, pero en los últimos meses he recibido un sinfín de cartas de hacienda, recordándome que soy persona, una persona física propiamente. Hasta tengo domicilio fiscal, sólo me falta tener uno de propiedad. Debo, luego existo. Gracias por esta lección señores, de la agencia tributaria. Hacienda somos todos, sí, pero vosotros sois especiales.

Pero a pesar de todo, los señores del gobierno no se han olvidado de que intento ser escritor y en un gran gesto de generosidad han decidido publicar mi obra a nivel nacional, en soporte electrónico y en papel.

Estimados lectores, hoy salgo en el BOE.

9 mar 2011

No hay palomitas en el teatro

Como tantos otros viernes, fue al teatro. No se trataba de un ritual, ni nada parecido, pero lo hacía todos los viernes, aunque algunos se quedaba en casa. A veces iba con amigos, amigas, la pareja del momento y otras veces iba solo, como pasó aquella noche. Le gustaba bastante el teatro, la inmediatez de la actuación, la sensación de que él –junto con el resto de público que ocupaba el local esa noche- eran los únicos que jamás verían esa función. Nunca se podría repetir de la misma manera. Ésa es la magia que comparte el teatro con la fotografía, se puede fotografiar dos veces la misma silla, pero las fotos jamás serán idénticas. Si trazamos una línea, hemos creado una dimensión; si la recortamos hasta el mínimo, conseguimos un punto con tres dimensiones. De la misma manera logran los fotógrafos y los actores de teatro reducir el tiempo hasta el instante dotando a su obra de una atemporalidad aplastante. Lo mejor del teatro era, sin duda, que el vestíbulo no olía a palomitas.

Ese viernes se sentó en tercera fila, junto al pasillo. Le habían avisado que era una obra participativa, y él odiaba que le hicieran participar, pero no encontró mejores entradas. No pasó nada durante el primer acto, sólo algunas personas de primera fila recibieron disparos de confeti. Molesto, pero poco embarazoso.

El problema llegó en el segundo acto. Sin ninguna justificación de la trama, una de las actrices bajó del escenario y empezó a preguntar a la gente por la situación más vergonzosa en la que se habían encontrado relacionada con su vida sexual. La mayoría historias eran las típicas “aquella vez que nos pillaron nuestros padres/aquella vez que nos pillaron nuestros hijos”. Bastante aburrido pero bueno, el público no cobra por actuar.

Luego vino a mí. No supe que contar. Le dije que lo más violento era no tener ninguna posibilidad de situación violenta desde hacía años. No podía dejar de mirarla. Madre mía, como hubiese querido tener una situación violenta con ella. Ahí mismo, delante de las 199 personas del público. Cuando se apartó de mí para volver al escenario, deslizó lo que parecía un trozo de papel en el bolsillo de la americana. “Luego lo leeré”, me dije. Para mantener el misterio. También para poder mirarle el culo mientras se alejaba.

La obra en general me gustó bastante. Salí a la calle, entré en un bar, pedí algo de beber. Literalmente. Le dije al camarero “Ponme algo de beber”. El camarero me sirvió algo. Algo resultó ser una bebida con mucho alcohol.

Desperté en mi casa. Bien. Recordaba la obra de teatro del día anterior. Genial. Recordé incluso que una atractiva actriz me había deslizado un papel en el bolsillo de la americana. En el papel había un número de teléfono. Cogí mi móvil y marqué el número. Contestó una voz dulce, mucho más despierta que la mía. Una voz de mujer.

    Hola.

    Hola, ¿sabes quién soy?

    Claro, compré este teléfono ayer. Eres el único que lo tienes.

    Dime, princesa, ¿qué quieres que haga con este número?

    No te hagas ilusiones. Necesito ayuda. Y tu parecías suficientemente desesperado como para ayudarme sólo por poderme mirar las tetas. Aunque no lleve escote.

    Me calaste.

    ¿Me ayudarás?

    Sí, claro. ¿Cuál es el problema?

    Estoy retenida contra mi voluntad. Me obligan a actuar en esa obra de mierda 5 noches a la semana. Yo en realidad soy contable. No sé qué hago aquí ni para qué me quieren, pero no me puedo largar.

    Perdona que sea un poco incrédulo, pero me cuesta entender que una secuestrada pueda salir a la calle, hacer cuantas llamadas de teléfono quiera e incluso probablemente, encargar algo para cenar.

    ¿Puedes venir a mi piso? La dirección es…

Me apunté la dirección en un papel, me vestí, luego me quité la ropa, me duché y me volví a vestir. No parecía que fuese muy urgente el problema. Salí a la calle, entré en el metro y en veinte minutos estaba llamando a su timbre.

Me abrió la puerta vistiendo un pijama. Nada sensual, un pijama de los que usan las mujeres para dormir cuando están solas. Aun así tenía razón. No pude evitar mirar cuarenta centímetros al sur de sus ojos.

    Siéntate.

Obedecí. Le pedí que me contara el problema. Bebió un trago de su copa -¿de dónde había salido?- y empezó a hablar.

    Hace unos días estaba aquí, en mi casa, y llamaron a la puerta. Abrí y me encontré a un hombre enorme. Era una mole. Y me saludó. Tenía una ridícula voz de pito. Tal vez sólo estoy exagerando su tamaño pero la voz sonaba como una bisagra que ya no quiere abrirse. Sólo pude fijarme en eso y en sus brazos, que terminaban en lo que imaginé que eran dos muñones. Los llevaba cubiertos con unas vendas ensangrentadas. Empezó a hablar.

   
    Necesito que me ayude. Ayer me corté las manos con una guillotina para cortar papel. Necesito…

    ¿Un chute?

    No, tienes que escribir lo que yo te dicte.

    ¿Por qué iba a hacer eso?

    Me he cortado las dos manos a mí mismo, ¿qué crees que sería capaz de hacerte a ti?

    Bueno está bien – cogí el papel para notas de la mesita al lado del sofá- ¿Qué necesitas que apunte?

    Necesitarás bastante más papel. Vamos a escribir una obra de teatro.

    ¡Pero qué dices!

    Lo harás si no quieres que te pase nada.


    Por alguna razón le creí y me asuste. Él empezó a dictar, yo a escribir. Tardamos pocos días en tener la obra escrita. Yo no soy muy aficionada al teatro, pero la verdad, era bastante absurda. Cuando terminé, me encaré con él.


    Aquí tienes tu estúpida obra.

    Esto no ha terminado, ahora tienes que representarla.

    ¡No voy a hacer eso! Tengo una vida, y pretendo seguir con ella.

    Olvídate de eso. Voy a conseguir un teatro, y un grupo de actores. Vais a representar esta obra y cada noche, escribiremos lo que ha sucedido en el teatro.

    ¿Estás loco? ¿Cada noche escribir lo mismo?

    Nunca será lo mismo. El teatro consigue reducir el tiempo hasta un instante de modo que….

    Ya ya, eso ya lo he leído en alguna parte, ahórrate el rollo.



    No sé qué hizo para convencerme, pero lo consiguió. Tal vez fuera hipnosis, tal vez me drogara, no lo sé. El caso es que dejé mi trabajo y empecé a actuar. La obra va bastante bien, sacamos dinero. Pero me siento atrapada.

    ¿Por qué no te largas sin más? Si tienes miedo de él, vete a otro país.

    No puedo, hablando con él, es como si aquel hombre no estuviera dentro de su cuerpo, como si el cuerpo estuviera vacío. Creo que de alguna manera, ha llenado su cuerpo conmigo.

    Entonces, ¿Qué puedo hacer por ti?

    Nada

Me abrazó, y se puso a llorar. Fuimos al dormitorio y terminamos, como pasa viendo una mala película, dormidos antes de empezar la acción.

Al día siguiente, de camino a casa, compré el periódico. Una vez puestas mis zapatillas, me preparé un café y me senté en el sofá a leerlo. En la sección de cultura había una crítica sobre la obra de teatro que había ido a ver el viernes. La firmaba un tal Ayurdi. Qué gran hijo de puta, pensé.

7 mar 2011

Un cura de tantos

Estaba en mi casa viendo la televisión. En realidad estaba mirándola, pero teniendo en cuenta que eran las seis de la tarde, me da cierta vergüenza reconocerlo. Bebía una cerveza para ayudar a digerir aquellos residuos mediáticos que estaba engullendo. Estaba en pijama y zapatillas, disfrutando de la comodidad doméstica.

Alguien llamó a la puerta, algo a lo que no estaba acostumbrado. Sentí que el pijama era de velcro y clavaba con ansias sus ganchos en la tela del sofá. Tenía que hacer un esfuerzo enorme para despegarme de ahí y tenía mis dudas de que valiese la pena. Me sumergí en una profunda reflexión. A nivel ético, yo había adquirido un compromiso con el sofá que no sería correcto romper a la primera de cambio solo porque llamaran a la puerta. A nivel filosófico –siendo algo tendencioso y subjetivista- no podía asumir que existía algo detrás de la puerta si yo no la había visto. A nivel teológico, si fuese Dios el que venía a verme, no necesitaría llamar al timbre. Pero la verdad es al sofá solo le gusta mi pijama de velcro, si el timbre suena es porque agua lleva y Dios no existe.

Me levanté, gruñí, me levanté de  verdad y fui a la puerta. Abrí. ¡Dios mío qué miedo! Había un cura.

    Hola hijo.

¡Y me estaba hablando!

    Hola, realmente me llamo Juan. Y usted es…

    Puedes llamarme padre.

    Pero usted no es mi padre… ¿o sí?

    Claro que no hijo mío.

Que grima.

    Está bien, yo me llamo Juan, pero puede llamarme Spiderman.

    ¿Cómo?

    Es por seguirle el juego padre. ¿Quiere pasar?

    Si por favor.

Entramos. Le preparé un café. Nos sentamos en la mesa de la cocina.

    Usted dirá.

    Verás, me envía tu madre. Está muy preocupada por ti.

    Entiendo. ¿Y porque exactamente?

    Esas cosas que has estado escribiendo últimamente… son muy oscuras. Tanta muerte, tantas desgracias… ¿Estás bien? ¿Tu alma está en paz?
   
    Por supuesto padre. La ironía de la muerte es Dios hablando a través de mí.

    Entonces no tengo nada que hacer aquí.

    Bien, ha sido un placer.

    Serán noventa euros.

    ¿Disculpe?

    He estado poco tiempo, así que no le cobro la mano de obra, solo el desplazamiento.

    Ah, bien… bien.

Le estreché la mano. Me había estafado. Probablemente ni siquiera era cura. ¿Pero quien era yo para juzgarle? Me dedico a escribir mi vida en fascículos y me pagan por ello. Probablemente, por esta anécdota, me pagarían más de noventa euros.

23 feb 2011

Cinco razones para no acostarte conmigo

Tiempo aproximado de lectura: 4 minutos

    Si me das cinco razones para no acostarte conmigo te invito a una cerveza, y ni siquiera hace falta que te la tomes conmigo.

    ¿A cuántas me invitas si me acuesto contigo?

    Espera, tengo que hacer un rápido examen moral para decidir si eso es simpatía o prostitución.

Llegado este punto empezó a mirarme mal. No habría sabido decir en ese momento si era un mal malo o un mal bueno. Se podrían traducir respectivamente como reprobación y lascivia, ambas palabras femeninas.

    Para empezar, no te conozco.

    ¿Con cuántos de tus amigos has ido a la cama?

    Ninguno…

    Las matemáticas no están de tu parte princesa.

Le pedí una cerveza, la pagué y me fui. No sé si me miró cuando salía, me importaba poco.

Salí a la calle y encendí un cigarrillo. Entonces me di cuenta de mi error. No debería haber salido del bar. No desde luego, sin haber bebido algo. La probabilidad de volver a encontrarme con esa chica me producía una sensación de pereza que no me apetecía afrontar, así que entré en otro bar.

    ¿Cuál es la bebida con alcohol más barata que tienes?

    El ambientador del baño.

    Ponme uno con hielo, y una copa de ginebra.

Me senté en el reservado para perdedores al fondo de la barra a disfrutar de mi bebida mientras decidía que iba a comer al día siguiente. A menudo esa era la decisión más difícil que tenía que afrontar.

    Hola, guapo.

Genial, otra mujer. A esta no tenía ganas de emborracharla. Era realmente preciosa, y los otros perdedores del bar habían empezado a mirarme mal, con algo parecido a la envidia pero más borroso. Ya me había decidido por macarrones.

    Hola, preciosa.

    Eres Ayurdi, el escritor, ¿verdad?

    Si me das cinco razones para no acostarte conmigo te invito a una copa de ambientador.

    No hay tiempo para tonterías. Ven conmigo, rápido.

No tenía nada que hacer hasta la hora de comer, y aún faltaban algunas horas. Salimos del bar, ella pidió un taxi y le dio una dirección. No tenía ni idea de donde estaba esa calle, así que probablemente no hubiese bares ni restaurantes chinos por ahí. Ya tenía unas cuantas razones para no acostarme con ella.

Paramos en medio de un polígono industrial, y me vi arrastrado al interior de una nave que tenía todas las luces encendidas. Cambio de opinión. Tenía varias razones para llevarla a la cama, o al suelo, o a las angostas escaleras por las que subimos hasta un despacho lleno de mugre que al parecer, era nuestro destino.

Sentado en una silla delante del escritorio había un hombre con aspecto de cadáver que de vez en cuando respiraba, como por casualidad.

    Adelante, ¡ayúdalo!

    Mira, nena, si no fuera porque te has dirigido a mí como “Ayurdi el escritor” te diría que te has confundido de persona. Ahora simplemente pienso que estás loca.

Entonces vino lo bueno. Más que bueno sorprendente. Más que sorprendente me cagué en todo. El viejo tenía el despacho lleno de libros míos, había centenares de ejemplares. Incluso había una plancha de corcho en la pared con más de mil servilletas de papel que había garabateado por los bares. Creí distinguir incluso una servilleta de tela de un restaurante chino con una dirección apuntada. Todo, absolutamente todo lo que había escrito estaba ahí.

    ¡Mierda! ¿Qué mierdas le pasa a este viejo? ¿Me has traído a ver a un admirador moribundo? No sé qué pretendes, princesa, ¡pero no me gusta una mierda!

    Relájate imbécil.

    ¿Qué se supone que tengo que hacer ahora?

    ¿No le reconoces?

    No he visto a este viejo en mi vida.

    Se llama Ayurdi

    ¿?

    Es el protagonista de tu primera novela. La autobiografía que no terminaste. Eres tú, imbécil. Él es quien ha escrito todos los libros que ganan el dinero que tu gastas en ambientador. Pero tú tienes que seguir escribiéndole a él. Si no te hubieras imaginado con treinta años más de los que tenías entonces, no le verías tan jodido. Tienes que seguir escribiendo la vida de un escritor genial, contar cuantas mentiras sean necesarias si quieres conservar tu ginebra, tu ambientador de baño y las jovencitas que tanto te gustan.

    Dame cinco razones para no acostarte conmigo y seguiré escribiendo.

    Eres gordo, viejo, un fraude, hueles mal y tendrías que ponerte de puntillas para besarme.

    Me acerqué al escritorio mientras observaba por el rabillo del ojo su sonrisa de satisfacción, pero en lugar de coger la máquina de escribir, cogí la guillotina y me rebané la mano izquierda. Ella se quedó paralizada mientras me las apañaba para cortarme la mano derecha con ayuda del muñón izquierdo.

    ¡Pero qué haces imbécil!

    Prescindir de mi editora. Adiós, preciosa, me ha encantado conocerte.

Bajé las escaleras angostas donde podrían haber pasado cosas maravillosas, y con algunos trozos de tela me vendé los muñones. Esperé más de una hora a que pasara un taxi y fui para el centro. Entre en un bar. Pedí una ginebra.

    Si me das cinco razones para no acostarte conmigo te invito a una cerveza.

    Si cuentas todos los dedos que te faltan, tienes diez razones.

Le pedí una cerveza, la pagué y me fui a casa. Solo podía pensar en cómo prepararía la mañana siguiente la salsa para los macarrones.

16 feb 2011

Tarta de chocolate

Hacía siete años que acudía cada día, invariablemente, al mismo restaurante. Se sentaba en su silla al fondo del establecimiento, de espaldas al cristal. Estaba todo dispuesto a su gusto: servilleta de forma cuadrada meticulosamente puesta a la izquierda del tenedor, y un vaso justo delante del cuchillo. También había, un poco más a la derecha, tres cucharitas: una para el postre, una para el café, y otra “por lo que pudiera pasar”, se decía a sí mismo. J era un tipo previsor.

Después de 2556 comidas –hoy era precisamente su séptimo aniversario ahí-, J seguía exigiendo que la camarera se acercara a pedirle qué iba a tomar. La respuesta era tan  inmutable como su rostro: un filete de ternera y una hoja de lechuga. Sin aliñar. J era poco hablador.


En el restaurante ya no se sorprendían por sus extravagancias, aunque se preguntaban quien podría ser, a que dedicaría su vida… ¿qué clase de vida puede llevar una persona que día tras día come un filete de ternera con una hoja de lechuga sin aliñar? Así mismo J, no podía dejar de pensar qué haría esa gente cuando él salía del restaurante. ¿Realmente su vida se reducía a servir mesas y preparar deliciosos filetes de ternera? No, eso no era posible: había visto como servían platos distintos a las otras mesas.

En el restaurante ya le habían inventado una vida. Era un hombre soltero, evidentemente. De no ser así, no comería todos los días en un restaurante. Además, tenia que ser un ejecutivo, siempre serio y con traje negro.
Ahí teníamos un triste ejecutivo con problemas en casa. Pero no terminaba ahí. ¿Una hoja de lechuga? Ese hombre era un enfermo. Tenía, sin lugar a dudas, problemas sexuales.

De vez en cuando, uno de los cocineros recordaba la primera hipótesis, plenamente aceptada por todos: inspector de sanidad. ¿Por qué sino un hombre iba a comer cada día al mismo restaurante? Estaba claro, era un detestable inspector al acecho. Aunque esa teoría duró apenas una semana. Después se reían, y S, siempre ella – la atractiva camarera que le servía cada día-, volvía al tema de los problemas sexuales.

Esa hoja de lechuga significa todas las carencias en su vida sexual. Lo estudié en psicología.

¿Has estudiado psicología, S? – este era Pedro, encargado de la barra.

Llegué a matricularme.

Parece más bien algún tipo de dieta. –el jefe-  Hoy en día uno publica “La dieta del filete y la hoja de lechuga” y gana más dinero que todos nosotros trabajando un mes.

Cuando terminó de comer hizo un gesto a S. Se miraron todos un momento, preocupados. Esto era inusual. Iba a suceder algo. Se acercó a la mesa con cautela, mientras repasaba imágenes mentales de gente atracando restaurantes.

Tomaré un trozo de tarta de chocolate de postre.

No tenemos tarta de chocolate…

¿No te has acordado?

¿Acordarme de qué? Lleva más de seis años pidiendo lo mismo. ¿Cómo iba a imaginar que hoy querría tarta de chocolate?

Hoy es nuestro séptimo aniversario, S. El primer día que vine pedí tarta de chocolate. No teníais, como hoy. Te dije que esperaría el tiempo que hiciera falta, pero se me ha acabado el dinero. Después de pagar la cuenta de hoy no me quedará nada, no podré seguir viniendo a comer aquí.

Lo siento…

Tranquila princesa, ha sido un placer.

Ferreterías y elefantes

Trabajar en una ferretería puede parecer un trabajo aburrido. Suele serlo. No sé de nadie que trabaje en una ferretería y piense lo contrario. Tal vez si hubiese menos ferreterías habría menos suicidios. Puede que en Finlandia, donde hay tantos suicidios, también haya muchas ferreterías.

Nuestro protagonista trabaja en una ferretería. Durante ocho horas al día vende clavos, herramientas, bombillas, trozos de cable y demás materiales con los que nadie quiere trabajar pero tiene que hacerlo. Trabaja en una ferretería y vive en un cementerio de elefantes.

Qué complicado es vivir en un cementerio de elefantes. No puede ni ir a comprar el pan. Ya no sólo porque la única panadería está a cincuenta kilómetros de casa si no por vivir con el constante miedo de que le caiga una mole gris de varias toneladas encima. Pero cada mañana se levanta, se lava la cara, hornea un poco de pan y cuando está desayunado y vestido sale a la calle, esquivando cadáveres y proyectos de cadáver para ir a abrir una ferretería que ni siquiera es suya.

Hubo una mañana diferente. Llegó antes al trabajo y se sentó en una cafetería a tomar un café. No le gustaba el café pero entrar en una cafetería y pedir otra cosa hubiese sido como entrar en una pescadería y pedir algo que no fuese pescado.

Como suele suceder cuando alguien se sienta solo en algún sitio, alguien se sentó delante de él. Era un hombre de unos cincuenta años, cabello canoso, ropa normal, cara normal, mirada normal. Lo único que hacia especial a ese hombre era que se hubiese sentado delante de él.

Oye perdona, ¿podrías matarme? –le dijo

¿Disculpe?

Quisiera comprobar una cosa.

¿Cuál, que a uno le mandan a la cárcel por asesinato?

No, eso está más que demostrado. Pero tengo la convicción de que si muero, no moriré realmente, sino que me dividiré en dos y seguiré viviendo dos vidas diferentes.

¿Me estás hablando de cuerpo y alma?

¡Qué tontería!, te estoy hablando de dos personas enteritas, con sus cuerpos y sus almas. Como una especie de mitosis a gran escala.

Ahora había algo más que hacía a ese hombre especial. Matar a alguien sin duda supondría una agradable ruptura de la rutina diaria de la ferretería –número 46, ¡yo!, ¿Qué necesita?, cuatro tuercas del 6, aquí las tiene son 12 céntimos pase por caja, gracias, ¡numero 47! -. Por otro lado, le preocupaba la idea de que la suposición de ese hombre no fuese cierta. ¿Y si moría y no había ningún tipo de mitosis? Eso le convertiría a él en un asesino. Tal vez ser un asesino sería mejor que ser dependiente de ferretería. Decidió aceptar, al fin y al cabo, pasaba la mitad de sus días rodeado de cadáveres de elefantes, por uno más no podía cambiar mucho la cosa.

Quedaron el domingo para realizar el experimento. El hombre trajo una pistola, para facilitar el trabajo, y unos guantes para evitar problemas si el tema salía mal.

Adelante, hazlo.

¿Estás seguro?

Sí.

Si mueres, ¿hago algo con tu cuerpo?

Arrójalo con el de los elefantes.

Apretó el gatillo. Después de una mueca desencajada se desplomó. No hubo convulsiones, no hubo mitosis, al menos que se pudiera apreciar.

No se conocían mucho realmente. Lo único que lamentó fue que después de 27 años trabajando en una ferretería no tenía ninguna de las herramientas que iba a necesitar para transportarlo hasta donde se iban amontonando los elefantes.

Biografía perfecta

Era nochevieja de 2010. Estaba solo en casa y a eso de las diez de la noche comí un bocadillo de pavo envasado y un vaso de agua para cenar. No tenía intención de hacer nada esa noche, ni siquiera enterarme del momento en que íbamos a cambiar de año, así que me puse el pijama –sin haberme duchado- y empecé a ver alguna tontería por televisión, esperando quedarme dormido.

Pasadas las doce y media seguía despierto. Ni siquiera este plan, cenar un bocadillo de pavo y acostarme temprano había llegado a buen término. Pero por lo menos estaba solo. No es que tuviera una intención especial de estar solo o acompañado, eso sencillamente no formaba parte del plan, pero parecía lógico que resultaría mucho más difícil comer sólo un bocadillo si hubiese tenido compañía. Además, seguramente me hubiese visto obligado a abrir una botella de vino y eso definitivamente, hubiese dificultado un plan tan simple.

Al ver mi plan fracasado, decidí volver a vestirme y salir a la calle. Visitando algunos bares, había una probabilidad nada despreciable de encontrarme con algún amigo para compartir una cerveza antes de irme a dormir.  Amigo no encontré ninguno, pero cervezas varias.

Se deslizó de la barra para sentarse delante de mí y ofrecerme una cerveza. Era increíblemente bella. No, esa no sería una descripción muy fiel. Estaba increíblemente buena.

Te he escogido a ti.

Pues te advierto que he bebido varias cervezas, no sé si funcionaré muy bien.

Quiero escribir tu biografía.

Ningún hombre que haya vivido menos de cincuenta años merece que cuenten su vida, no digas tonterías.

Eso lo has leído en algún sitio.

Podría ser. ¿Por qué te interesa  mi vida?

Podría interesarme la de cualquiera, pero te he elegido a ti. Es prácticamente imposible escribir una biografía completa de una persona viva. Cuando la has terminado de escribir, aún seguirá viviendo un tiempo, y todo eso no estará en tu libro. Incluso puede ser que se siente a tu lado en una firma de ejemplares. Pero yo voy a escribir la biografía perfecta. Contaré toda tu vida, y luego te mataré. Tu vida de principio a fin. ¿Qué te parece?

Desde luego como plan es brillante. Accedo, pero quiero que nos acostemos antes de matarme.

Hecho.

Por fin una noche vieja interesante. Esa mujer vino a mi casa, e incluso nos acostamos antes de empezar a trabajar. Luego empecé a contarle mi vida. Le conté que tenía 28 años y mi vida ya era una mierda. ¿Cómo puede dar tiempo en tan pocos años a estropear una vida entera? Aun no me había pasado nada realmente bueno. Aunque tengo que reconocer que el plan de fin de año salió a la perfección. Me preguntó que porque tanta resignación. Le expliqué que no era resignación, simplemente una visión objetiva de la vida. El azar es una puta que cobra cara, le dije. Si no tienes dinero, te mueres con el calentón.

Tú no vas a morir con el calentón.

Y tú no eres una puta.

Así estuvimos unos días. Yo hablaba, ella escribía. Luego cenábamos, bebíamos y a veces había sexo. Otras no. Finalmente llegó el momento.

¿Cómo quieres morir?

Me da igual – Normalmente la gente escoge la forma más rápida y menos dolorosa, pero quise hacerme el valiente delante de ella.

Te pegaré un tiro en la sien, contestó.

No sé si el libro se llegó a publicar, solo sé que  yo me llevé mi prometido revolcón y tiro en la cabeza. Ahora puedo deciros que no existe ni el cielo ni el infierno. Solo un lugar donde uno puedo seguir recordando y escribiendo.

Columna d’opinió

Jo
crec
que
no.

Nochevieja de 2010

He cenado un bocadillo de pavo envasado y un vaso de agua, solo.
He celebrado el cambio de año dando doce caladas a un cigarro.
¡Este año no me he equivocado con los cuartos!

De tan bueno… muy bueno

Hoy toca reflexionar sobre otra de nuestras paradojas sociales que se manifiesta en el dicho “De tan bueno, tonto”. ¿Cómo hemos conseguido paralelizar en nuestras mentes estas dos líneas? Sería como decirle a un matemático que la temperatura y el alfabeto son directamente proporcionales. Las líneas bondad-maldad e inteligencia-estupidez cruzan en un ángulo de 90º.

A menudo pensamos que una persona al ser buena, o procurar el bien para los demás está siendo ingenua y que por ello, otra persona se aprovechará de él. La paradoja está en que si a una persona le molesta que se aprovechen de él por hacer buenos actos, es porque sus intenciones no eran buenas, sino un acto completamente egoísta.

Podemos decir pues, que a fuerza de ser bueno, uno puede convertirse en “muy bueno”, indistintamente de la inteligencia o estupidez de sus pensamientos y actos.

Me aburro en el curro

Lo peor de salir a trabajar con prisas y muerto de sueño es la media hora que pasas en el metro. No por la cantidad de gente propia de un tren de largo recorrido en la India de mediados del XX, o por las fosas nasales torturadas por culpa del exceso de cuatro niñas que no entienden que el olor de coco es para los cocos, no para los seres humanos y que no deben usar el perfume para ducharse. Tampoco es culpa de los encargados de regular la temperatura de los trenes; por dios, no son meteorólogos! ¿Cómo iban a adivinar ellos que la temperatura ambiental fluctúa a lo largo del día?

Lo peor es la duda que le asalta a uno cuando se da cuenta que no se ha lavado la cara al levantarse – otra vez, por las prisas, y porque es más importante mear y prepararse el bocadillo… y ojo no te olvides el tabaco, que luego te encuentras trabajando en unas oficinas en medio de un polígono industrial tercermundista y no encuentras ningún lugar donde comprarlo – y piensa: “¿La gente me mira por mi atractivo natural, o porque tengo la barba llena de babas resecas de este despertar tan agresivo?”.

Club Super 3, La Caixa, i les guerrilles de Sud-àfrica

Feia ja un parell d’anys que no sortia de casa meva i agafava el tren per anar a Barcelona. Els motius no venen al cas ara, però ja els explicaré més endavant, en un altre relat. De tota manera, entendreu que després de passar l’últim 7,69% de la meva vida sense trepitjar la capital catalana –visc a uns 30 minuts en transport públic- i d’haver estudiat i treballat allà durant un 61,54%, aquesta oportunitat es presentava com quelcom important i s’havia de preparar bé. I així ho vaig fer: a la motxilla vaig posar el llibre de lectura del moment- tan decebedor dolent que no diré el títol- i a la butxaca algunes monedes. Sabia que en algun moment entre els transbordaments de metro trobaria algun music brillant tirat en una cantonada fent meravelles amb instruments improvisats fets amb materials trets – probablement- d’un contenidor. Així doncs vaig preparar unes quantes monedes de diferent pes i gruix per a poder pagar adequadament l’actuació de l’artista que em trobés.


Vull ressaltar que mai he donat diners a cap músic del carrer. Però no és culpa seva, que alleugereixen aquells transbordaments, llargs, bruts, plens de gent i olor de “l’aigua-és-massa-cara-millor-guardar-la-per-a-les-llenties-que-per-a-la-dutxa”, ni tampoc meva, pobre de mi. El problema és que jo sempre portava una targeta de dèbit o crèdit a sobre enlloc de monedes. Per descomptat podria responsabilitzar-me d’això, però és molt més fàcil, còmode i útil per a aquest relat culpar al pecador original: el “Club Super 3”. Per als lectors de fora de Catalunya o amb certa distancia generacional, deixeu-me aclarir que es tractava d’un programa infantil que ocupava les ments de la majoria de nens totes les tardes i caps de setmana.. En un principi semblava innocent, però hi havia, i segurament encara hi ha –no veig programes infantils per por a que em venguin una casa- una increïble teranyina darrere d’una cortina de guants voladors i faxos sense cables.

Deixeu-me explicar millor aquest punt. La cosa funcionava més o menys així: el nen es volia fer soci, els pares pensaven que tant se val, és pràcticament gratis –s’havia de pagar per l’emissió del carnet- i feien al nen soci. Immediatament després, et feien saber, amablement, que l’entitat bancaria “La Caixa” t’oferia un compte d’estalvis lliure de despeses per ser soci del Club Super 3. Al cap de poc temps –en el meu cas tenia 12 anys- em van oferir una targeta de dèbit! Era gratuïta, així que la vaig acceptar.

Arribat aquest punt m’agradaria que dediquéssiu uns instants en reflexionar en les similituds entre el grup “Club Super 3 – La Caixa” i les guerrilles de Sud-àfrica. Sense adonar-me’n, entre un episodi de “Bola de drac” i un altre de “Doraemon” m’havien convertit en un dels famosos nens-soldat de l’exèrcit del Super 3. Als 12 anys ja em tenien caçat, i d’alguna manera, han aconseguit que 14 anys després, continuï tenint aquesta targeta.

Mentre feia totes aquestes reflexions havia arribat a la parada de plaça Catalunya i caminava per una dels túnels fins a la sortida que em convenia. Uns metres més enllà, vaig veure un home que tocava algun tipus de percussió sobre el que semblava un cubell de pintura buit posat cap per abaix. Em vaig treure els auriculars per poder-lo escoltar. Prometia molt aquell home. Normalment com més senzill és l’instrument, més virtuós el músic –això és especialment cert entre els músics de carrer-, així que vaig posar-me la ma a la butxaca per agafar alguna moneda mentre m’acostava.

Aquell home era l’excepció que confirma la norma. No només no tenia la menor idea del que estava fent, ni del que hauria d’estar fent, sinó que colpejava indiscriminadament el cubell de pintura fent un so molt més proper al soroll que a la música. Vaig decidir passar de llarg, tornar a guardar la moneda i ingressar-la al meu compte de La Caixa.

El azar no existe

Estas definiciones pueden ayudar a la ágil lectura del texto:
Azar: causalidad presente en diversos fenómenos que se caracterizan por causas complejas y no-lineales.
Aleatoriedad: campo de definición que, en matemáticas se asocia a todo proceso cuyo resultado no es previsible más que en razón de la intervención del azar. El resultado de todo suceso aleatorio no puede determinarse en ningún caso antes de que este se produzca
Arbitrariedad: Acto o proceder contrario a la justicia, la razón o las leyes, dictado solo por la voluntad o el capricho.


Pongamos sobre la mesa el ejemplo más típico de la aleatoriedad: una moneda al aire de la cual desconocemos la cara que quedará al descubierto. Asumimos que el resultado es fruto del azar. Bien pues, nada más lejos, porque las dos caras de la moneda son diferentes. Sería lo mismo esperar  que un niño nacido entre la pobreza de una familia de mineros –por coger un estereotipo un tanto arcaico pero muy significativo- tiene las mismas probabilidades de llegar a científico, filósofo o presidente que otro niño nacido en una familia rica, con todos los recursos  su alcance.

Dos cosas diferentes nunca serán iguales, igual que no lo serán sus posibilidades.

Volviendo a la moneda original, ese símbolo favorito del azar –luego hablaremos de esto- solo hay una manera de convertirla en una manifestación real de aleatoriedad: usar una moneda con dos lados idénticos. Por desgracia eso nos impediría saber  cual es el  lado de la moneda que está boca arriba, pues seriamos incapaces de diferenciarlo del otro.


Esta es la demostración de que el azar como concepto es inmaterializable para el ser humano. La única manera de escoger un camino es entre dos caminos idénticos, y nosotros  no somos capaces de discernir entre dos cosas idénticas, sino que necesitamos asignarles una identidad, del mismo modo que cuando guardamos alimentos en el congelador los etiquetamos para reconocerlos luego. Por ejemplo, podemos tener varios paquetes con pollo, pero solo habrá uno que se llame “Pollo-Filetes-03/10/2009”. Del mismo modo en un laboratorio, usan etiquetas en diferentes tubos de ensayo para poder cotejar el resultado de los experimentos. Al asignar esa etiqueta, estamos otorgando una nueva identidad.

Esa identidad por fuerza lleva consigo parte de la persona o cosa que se la ha otorgado, haciéndolo diferente de la identidad que hayan recibido los otros sujetos de estudio. Incluso si la misma persona asigna identidades a las dos caras de la moneda lo hará en dos instantes diferentes, condicionándola por ello. La clave de la cuestión es que al asignarle una identidad a una de las caras de la moneda, la identidad de la segunda cara será por fuerza diferente, pues la primera ya no estará disponible. Y por supuesto, cuando existe una condición impuesta por el hombre, nos vemos forzados a cambiar la aleatoriedad por la arbitrariedad.

Como había referido anteriormente, la moneda lanzada al aire se ha escogido como símbolo de aleatoriedad por desafiar todas las leyes humanas de las probabilidades y conseguir reducir cualquier posibilidad al 50% de probabilidad. Puede suceder, o puede no suceder. En el fondo de nuestro pensamiento racional sabemos que cualquier cosa, cualquier probabilidad que calculemos se reduce siempre al 50%. Puede que suceda, o puede que no. “Mañana cuando salga de casa, puede atropellarme un autobús, o puede que no suceda”. La muerte y la vida tienen siempre el 50% de probabilidades de suceder en el próximo instante de nuestra existencia.

Los matemáticos, y más concretamente los dedicados a la estadística, nos dicen que es calculable la probabilidad de que algo suceda, pero al parecer a veces obviamos algo muy sencillo: nuestro método científico se basa en la prueba y error. Eso significa que es incapaz de demostrar nada en sí mismo, puesto que a lo máximo que llega es a poder afirmar que “hasta el día de hoy, siempre que se ha dado la situación A, se ha producido la reacción B”, lo cual está muy lejos de poder afirmar que “mañana, cuando suceda la situación A, se producirá la reacción B”. Naturalmente entre las inquietudes del ser humano, hemos encontrado este pilón al que poder aferrarnos, y no lo soltaremos así como así, y eso está bien, pero tampoco podemos pretender crear nuevas leyes que sobrescriban las leyes naturales que existían antes que nosotros. Un ejemplo muy claro es el siguiente: durante milenios hemos observado que cada día el sol sale por el este y se pone por el oeste. Hemos convertido esto en ley, y ahora enseñamos a nuestros hijos que por la mañana el sol sale por el este, y se pone por el oeste. Incluso hemos generado un calendario alrededor de esta creencia casi religiosa. Pero, ¿que nos frena de pensar que tal vez el sol realiza este recorrido cada día durante varios miles de años y luego invierte el ciclo? ¿Qué pasaría si mañana la tierra cambiase de sentido de rotación? ¿Qué pasaría si la llamada “constante” gravedad empezara a variar?

En conclusión, el hombre jamás podrá contemplar un suceso aleatorio –suponiendo que este pueda existir-, puesto que para ello necesitará previamente etiquetar los posibles resultados como “resultado A” y “resultado B” –u otros resultados posibles- dotando el proceso de la arbitrariedad propia del género humano y condicionando el resultado. Así pues, si existe la aleatoriedad, un ser humano jamás podrá percibirla porque no es capaz de diferenciar dos entidades idénticas.

Patacada!

Patacada! Altre cop, com cada dia en sortir de casa, una patacada. Vos pensareu que alguna rajola escapçada o lleugerament aixecada era l’artifici de la meva patinada matinal. O potser el mal averany d’alguna de les dones que havien marxat corrents de la meva vida, carregant dins el seu moneder uns quants cabells cada cop mes blancs i els espais que abans ocupaven els buits de les meves camises. Ves a saber, tal vegada una voluntat malaltissa d’assentar une costums de vida en el tron de la mandrosa rutina.

Es plausible pensar que vos, fent us de la intel·ligència que us suposo, hagueu valorat totes aquestes possibilitats. Em sap greu però; res mes lluny de la realitat. La meva patacada matinal es deu simple i purament a l’atzar. Es possible que us costi d’acceptar una afirmació com aquesta. Però el cert es que la meva vida, a diferencia de la resta de  vides, no es basa en la relació causa-efecte, sinó tan sols en una successió atzarosa de fets.

Arribat aquest punt en que hem establert una certa complicitat entre vos i jo –coneixeu el meu secret més íntim- no puc evitar sentir-me temptat d’esperar una certa curiositat per part vostra, que us faci seguir llegint la resta del relat. Per altra banda, la paciència que heu demostrat fins ara, us fa mereixedor del tractament de “estimat lector”. Doncs bé, ara que ja sabeu qui sóc, o més aviat com sóc, podríem començar, si us sembla be.


El meu és el relat d’un dia qualsevol. Tots els dies son vulgars quan hom saps que el seu discórrer està subjecte a la voluntat de la sort. Però aquest que us explicaré és especial.

“Aquí té el cafè”

Així va començar la meva conversa amb aquella dona. Aparentment innocent, sobretot venint de la cambrera d’un bar. Però res és del tot innocent quan es deixa a mans d’aquesta flor plena de punxes que és l’atzar.

Tenia el costum de prendre un cafè cada dia a les 6 de la tarda en el mateix bar. Una persona com jo, de ben segur hi coincidireu, necessita crear-se una rutina perquè la vida sigui més suportable i un xic menys imprevisible. Però aquella frase va ser el desencadenant d’una sèrie de successos que em van marcar per la resta del dia.

Tan aviat com deixava el cafè a la taula, va seure al meu costat.

-          Acabo de plegar
-          La jornada o deixa la feina?
-          No home no, la jornada. Aquestes coses tenen per a mi un toc entre agradable i desgraciat. Plegar significa que queda menys per a tornar a començar. Ja sap, som esclaus de les conseqüències. – va esclafir en una petita rialla relaxada.
-          No tothom, no cregui. Miri, jo, no conec la causalitat, la meva vida es basa en la sort. Millor diguem-ne, atzar.
-          Que diu ara! Quina sort doncs, no sap com l’envejo.
-          No cregui, crea una inseguretat que es fa difícil de portar…
-          Li posaré un exemple del que li vull dir. Veu aquest senyor d’aquí al costat?
-          El que encén la cigarreta?
-          Aquest. En el moment que encén la cigarreta, està determinant un futur càncer de pulmó, si un dia ha de tenir un fill, potser decideix o no deixar de fumar per ser un bon exemple per al seu fill, cosa que sens dubte li provocarà mals humors i discussions amb la seva dona. Per altra banda, aquesta cigarreta que s’encén es conseqüència de l’anterior que va encendre, i causa de la següent. I tot i en el cas de que aquesta fos la primera, es possible que algun accident aquest matí, com per exemple relliscar sobre una rajola mal posada sigui la causa de que ara estigui embrutant els seus pulmons.
-          Però això no treu que…
-          El que vull dir es que cada fet genera una pròpia cadena de fets que s’anirà repetint eternament i que, lluny d’esvair-se, s’anirà fent mes gran a mida que interactuï amb les altres cadenes de successos.

Sembla ser que la meva cara de consternació la va preocupar i la noia va abaixar el ritme.

-          Miri, li posaré un altre exemple – es va acostar al senyor subjecte del nostre estudi i en veure que apagava la cigarreta li va deixar anar- per què l’apaga?
-          No m’agrada fumar sol.
-          I doncs? Perquè és com si només estigués fumant?

L’home es va quedar entre sorprès i pensatiu. Reflexionant sobre les conseqüències que tenia aquella frase. Era possible que aquella dona li hagués recalcat tot allò d’estúpid que té el vici de fumar? No acabava d’escopir-li a la cara que fumava per ocultar a la gent precisament els complexes que havia adquirit estant amb gent?

-          Veus? Aquell home s’està replantejant la seva afició al tabac. D’aquesta manera, he trencat una de les cadenes, però n’he creat d’altres. Es un esclau com tots nosaltres, excepte tu.
-          Ben mirat, potser si.

Aquella nit vaig dormir al costat d’un cos calent però l’atzar va voler que aquella noia abandonés el bar, pujant per una inacabable enfiladissa d’escales de causalitat.

Manzanas

Hay dos tipos de personas: aquellas a quienes, al preguntarle una dirección conocen el número de manzanas a las que se encuentra, y las que aunque podrían contarlas fácilmente, prefieren aventurar una cifra aproximada, “Sí, está a unas tres o cuatro manzanas”. No es difícil contar tres manzanas; algunas personas simplemente piensan que no son capaces de acertar. Sí lo sois, solo se trata de contarlas.

En  realidad, hay mas tipos de personas, solo que esta división me atrae especialmente. La verdad, me produce incluso cierta envidia. “¿Cuantos dedos tienes?” “No se, mas o menos, así a ojo, cuatro o cinco” … “Por mano”, aclaran.


Hagamos un pequeño ejercicio. Convirtámonos en uno de ellos por un rato. Empezando por olvidar este plural enaltecedor que no me parece muy apropiado para el caso. Lo dejamos para el próximo ejercicio, titulado “Esquizofrénicos no peligrosos”.

El ejercicio consiste en imaginar un día en la vida de uno de estos aproximadores, que se levantan todos los días sobre las siete y media. Cuanto cuesta hacer entender a un despertador eso del mas o menos. Doy por sentado que todos los aproximadores tienen un despertador aproximado, es decir, aproximadamente, un despertador. Podría ser más de uno. Podría también ser cero, o menos uno.

El resto del ejercicio es para practicar vosotros en casa. Probad a no saber cuantas patas tiene vuestra mesa, o cuantos segundos necesitan cien mililitros de agua en para hervir en el microondas, o vuestro numero de hijos. “Tres o cuatro” también suele quedar resultón aquí. Es, en definitiva, como el número de manzanas que os  separan del estanco.

Possible ministre de foment

-          Bon dia, voldria construir una carretera
-          Disculpi?
-          Voldria construir una carretera
-          Qui es vostè?
-          Em dic Joan, i voldria adquirir els materials per construir una carretera. Si a més pogúes aconseguir la ma d’obra,  seria senzillament genial.


Posem-nos en situació. El tal Joan, acaba d’entrar a les oficines de l’empresa encarregada de contruir les carreteres del pais. Ha demanat pel senyor M., el responsable del projecte de la nova carretera que ha de circumbalar la ciutat d’aquí sis mesos o dos anys, en funció de les voltarelles que facin els presupostos municipals durant aquest temps.

-          Te cita amb el senyor M.?
-          M’està esperant

L’alícia es l’exemple viu de la desidia dins l’ambient laboral. Sap que no l’ha de deixar passar. Sap que totes les visites del senyor M. porten una nota acreditativa amb l’hora i el motiu de la reunió. Tampoc se l’hi escapa el fet que, per motius de seguretat, tots els visitants passen una inspecció de la que en surten amb bonic carnet acreditatiu, i aquest no la té. Només hi caben dos possibilitats. O bé es algú mes important que el senyor M., o bé d’aquí poc hi haurà algun problema. Per la indumentaria del visitant, sabatilles esportives, pantalons de xandall blau cel, i camisa negre, decideix indicar-li la direcció del despatx de M. –sense títol en endavant, per abreviar-, i marxar a fer un cafè en algun bar, a més de dues illes de cases. Pel que pugui passar, es diu.

I es planta al despatx de M. No cal esmentar la llarga estona que ha necessitat per arribar-hi, les vegades que s’ha perdut ni les mirades, primer encuriosides, després preocupades dels altres treballadors que l’han vist passar reiterades vegades. O la sorpresa quan l’han vist vestit, segons la posició del seu escriptori, amb una camisa negra i sense afeitar, o uns genolls envoltats en una tela esportiva blau cel, o amb un calçat gens apte per trepitjar la moqueta grisa.

En Joan entra al despatx i diu:

-          Bon dia, voldria construir una carretera
-          Disculpi?
-          Voldria construir una carretera
-          Qui es vostè?
-          Em dic Joan, i voldria adquirir els materials per construir una carretera. Si a més pogúes aconseguir la ma d’obra,  seria senzillament genial.
-          Ve de part del ministeri potser? Veurà, aquests assumptes els tracto sempre amb el senyor R., que…
-          No no – l’nterromp – vinc de la botiga. He deixat al dependent sol durant una estona.
-          Però…
-          Si, ja ho sé que m’hauria de saber greu pero – torça els llavis en un somriure de complicitat – se que es quedarà amb alguna propina, de manera que ja em puc donar per perdonat.
-          Segui, si us plau.

M. li assenyala un acollidora butaca de pell marró. En Joan no està acostumat a aquests luxes, i com alertat per la butaca, fa una ullada al seu entorn. Pensa que aquell despatx medeix com quatre vegades el seu lavabo. Tan que n’estava ell del lavabo! Va esperar durant els ultims anys previs a l’emancipació de la seva filla –la petita, la última en marxar de casa- fent i refent uns plànols bastant matussers per plantejar com podria ampliar el seu reducte de plaer ermitany fins a ocupar l’espai que havien deixat les seves habitacions. Les obres li van costar un ull de la cara! Pero en va quedar ben content, si senyor. No pot evitar sentir un petit deix de compassió per aquell senyor M. que es passava tot el dia tancat en un despatx tan gran, per després arribar a casa i haver d’encabir-se en un lavabo que per força, havia de ser més petit. Finalment decideix seure a la butaca marró, la trista butaca marró. Més per complaure al pobre M. que per què li vingui massa de gust.

-          Miri – M. comença parlar després de servir-se una una copa de ves-a-saber-què feta de no-te’n-serveixo-perquè-no-vull – crec que ja entenc per on va.

Dit això abaixa una mica la persiana, per ocultar-se de la vista de la resta d’oficinistes.

-          No seria la primera persona que bé, vol construir una carretera per facilitar, diguessim –busca les paraules adients- …la seva mobilitat – però no les troba.
-          …
-          Normalment aquestes persones, disposen d’una elevada quantitat de diners, que poden posar disposició de l’obra social de la nostra entitat, i com a agraïment nosaltres podem proposar un projecte al ministeri. Em segueix?
-          Al ministeri? I perquè el vol barrejar en aquest assumpte?
-          No pot construir una carretera i pretendre que no se’n adoni ningú! Per tant el govern n’ha d’estar al corrent…
-          I ara no, no –en Joan deixa anar una mitja rialla, gens cínica, cal reconeixer- la carretera la vull construir dins de casa!
-          Com diu?
-          Si home, dins de casa. Veurà, el meu pis
-          Pis?
-          Si tinc un piset no gaire lluny d’aquí. El cas es que fa uns anys ja vaig ajuntar dues habitacions amb el lavabo i ara…

Els peus sobre una cadira taronja

Reposa els peus sobre una cadira taronja. De vellut. La tapisseria es de vellut taronja. El taronja es el color de res. A diferencia d’altres colors concepte –vermell, la dualitat blanc i negre, rosa, verd -  el taronja no vol dir res. Per tant, es. És un color i prou com ha de ser. Ella és una persona; ho és  i prou. Per això vol taronja, i per això la tapisseria de la seva cadira es taronja. I les seves idees i somnis també, perquè no estan tacats de conceptes. Els conceptes són a la nevera, i els raonaments al microones, a poca potencia, perquè no estiguin llestos massa rapid. Son com una bossa de crispetes. Quan estan llestes comencen a espetegar, quan acaben d’espetegar estan llestes. O cremades.

Síndrome del expendedor de condones (sobre cuernos y cornudos)

Desconozco totalmente la etimología de la expresión “cornudo” para referirse a aquel que sufre las infidelidades de su pareja. Soy consciente de que hoy en día, sin moverme de este ordenador, podría averiguarlo en poco más de cinco minutos, pero correría el riesgo de perder la gracia de escribir desde la atalaya de la ignorancia.


Normalmente cuando se escribe sobre este tema se suele adoptar alguno de los tres enfoques básicos, según su protagonista sea el sujeto A –parte fiel de la pareja-, B –parte infiel de la pareja- o C –el listo-. Suele suceder que A es buena gente pero no suficiente para B, B quiere a A pero prefiere sexo con C, y C quiere sexo con B, y probablemente nada más. ¡Qué fácil sería si esto siempre funcionara así! Ni siquiera A se quejaría puesto que ya lo ha visto en el guión y oye, que se le va a hacer.

Este texto no tiene más intención que exponer una variante del caso donde A asume el rol del expendedor de profilácticos. Cuando se da esta situación, B se encuentra en la dificultad de tener que aguantar la relación con A, probando varios Cs hasta que uno de ellos se pueda convertir en un nuevo A. Estos Cs también se conocen como “sujeto bisagra” o “sujeto de transición”. A menudo existe cierta interacción entre A y C, lo cual nos  lleva al “Síndrome Arturo”, también conocido como “Síndrome de expendedor de condones”.

Todos nosotros, en algún momento de nuestras vidas seremos As y Bs, y los más afortunados también tendrán momentos de Cs, pero lo más importante de todo es que acabáis de ver resumida una gran parte de nuestra vida de pareja usando solo tres letras mayúsculas. Definitivamente, algo estamos haciendo mal.