31 mar 2011

La editora

Tiempo aproximado de lectura: 3 minutos y medio   

    Está bien Sara, esta ya es nuestra… –miró a sus notas- quinta sesión.
   
    Así es doctora.
   
    ¿Cómo valorarías tu evolución en esta terapia?
   
    No lo sé doctora, me estoy gastando mucho dinero. No estoy segura de que eso ayude.
   
    Hace cinco semanas cuando me explicabas tu situación, me dijiste que el dinero no era un problema.
   
    Y no lo era. Hace cinco semanas tenía varios miles de euros en el banco. Pero ahora ya no están.
   
    ¿Los ha gastado?
   
    No. Creo que Ayurdi se los ha llevado.
   
    ¿Cuál de los dos?
   
    El joven, el real.
   
    ¿Pero los dos son reales para ti, no es así?
   
    Por eso vengo a verla, doctora.
   
    Quiero que vuelva a contarme su historia. Creo que hay una parte de su mente que no la cree, y si lo repite en voz alta suficientes veces, podrá rebelarse contra la parte que cree en los dos Ayurdis.

Era un jueves, creo. Venía de la universidad por la tarde y entré en un bar para no ir directa a casa. Pedí una cerveza, encendí un cigarrillo y empecé a repasar apuntes mientras esperaba la bebida.

Vi a un hombre sentado al final de la barra. Primero pensé “otro borracho”, luego pensé “este borracho está muy bueno”. Seguí leyendo los apuntes mientras terminaba la cerveza. Que suerte he tenido naciendo en una época en la que las mujeres podemos beber y fumar.

En un momento dado, el tipo de la barra se levantó. Me llamó la atención el hecho de que mantuviera tan bien el equilibrio. Probablemente, no estaba tan borracho como parecía. Se acercó a mí. Me dijo alguna tontería y me invitó a una cerveza.

Sin saber cómo, estaba vistiéndome en casa de ese hombre. Me había dicho que se llamaba Ayurdi de apellido, no recuerdo el nombre ahora mismo, y que se dedicaba a escribir, aunque no le iba muy bien la cosa. Había publicado algún cuento en fanzines de tirada mínima, pero poco más, ni de lejos podía vivir de eso.

Él seguía durmiendo. Me puse a curiosear algunos cuentos que había esparcidos por toda la casa. Estaban bastante bien. Pero me llamó la atención un escrito bastante más largo, encuadernado, que llevaba por título la palabra “Biografía”.  Estaba claro que hablaba de él, pero era imposible que fueran vivencias suyas, porque el protagonista de aquel libro había gastado ya más de cincuenta años. Se había proyectado a sí mismo como un cincuentón de éxito, un escritor famoso que prácticamente no necesitaba escribir para serlo.

Cuando se despertó le pregunté qué sentido tenía inventarse una biografía.

    Es decir, ¿no va en contra de alguna norma, o algo así?
   
    Cuando me paguen por escribir habrá que leer las cláusulas del contrato. Por ahora escribo lo que quiero.

Esta parte de la historia no tiene demasiada importancia, realmente. Le propuse ser su representante-editora-dama-de-compañía a ver que podíamos sacar. Aceptó, sonreí, y nos acostamos otra vez.
   
    Soy buena en la cama, ¿verdad?
   
    Eres impresionante. Todas las locas lo sois.

Su falsa autobiografía fue un éxito. Ayurdi empezaba a ser un escritor famoso, justo como contaba en el libro. A medida que el dinero iba llegando empezó a cambiar. Para ser sincera, yo también, así que no podía culparle. Pero un día llegaba a casa y lo encontré leyendo su libro. Me resultó algo extraño. Debería estar escribiendo cosas nuevas, el dinero no iba a durar para siempre.
   
    Soy el mejor.
   
    Eres impresionante cielo. Todos los egocéntricos los sois.

A medida que pasaba el tiempo, se fue obsesionando más con su libro. Lo leía a todas horas. Empecé a preocuparme. Cuando le sugería que intentase volver a escribir, directamente me ignoraba. Tenía la sensación de que admiraba tanto a su yo ficticio del libro que algún día haría brotar de él un copia suya para poder admirarla. Y eso fue exactamente lo que pasó. Se dividió ante mis ojos. Como una gota de lluvia que cae sobre la hoja de un cuchillo y se divide en dos iguales, en un instante había un Ayurdi y al siguiente hubo dos, idénticos, solo que más pequeños –como pasa con las gotas de lluvia.

En aquel preciso instante, doctora, el nuevo Ayurdi se puso a escribir. Yo me fui de esa casa. Los volví a ver alguna que otra vez, cuando…
   
    Lo siento Sara, se nos ha acabado el tiempo. ¿Nos vemos la semana que viene?
   
    Claro doctora. Si sigo viva.

29 mar 2011

Mi primera publicación

Tiempo aproximado de lectura: 2 minutos y medio
Como alguno de vosotros sabréis, y otros, además, habréis comprobado, labrarse un camino como escritor es difícil a día de hoy. Eso se debe esencialmente a dos motivos. El primero, somos muchos los que creemos que escribimos bien, pero pocos los que ignoran que realmente escriben bien. El segundo, es que las vidas que se viven hoy en día, no vale la pena contarlas. Si aburre vivirlas, sería sádico reproducirlo en un medio que además, exige un esfuerzo intelectual. Se podría añadir también que la gente no sabe leer. No quiero decir que muchos sean analfabetos –aunque lo estoy insinuando- sino que por alguna razón, la gente no es capaz de leer un libro con la misma agilidad mental con la que ve una película.

Por todo ello, la mayoría de nosotros estaremos escribiendo durante años en nuestro tiempo libre, aprovechando esta gran cosa que es internet, hasta que un día nos moriremos como “fulanito el que trabaja en el banco” y “el otro, el de la frutería”.

Pero aún queda una pizca de esperanza. El gobierno ha visto mi problemática y se ha puesto a ello. Yo personalmente, deduzco que se han visto incapacitados para solucionar la crisis económica del país, así que muy sabiamente, han empezado por retos más asequibles.

En mi caso particular, llevo ya un tiempo enviando manuscritos a varias editoriales, publicando en este y otros blogs, sin demasiado éxito. No obstante, la falta de éxito que me hace invisible en el círculo editorial, me convierte en toda una personalidad en el mundo administrativo.

A lo largo de mi vida –corta por ahora- he recibido unas diez o doce cartas de amigos míos, pero en los últimos meses he recibido un sinfín de cartas de hacienda, recordándome que soy persona, una persona física propiamente. Hasta tengo domicilio fiscal, sólo me falta tener uno de propiedad. Debo, luego existo. Gracias por esta lección señores, de la agencia tributaria. Hacienda somos todos, sí, pero vosotros sois especiales.

Pero a pesar de todo, los señores del gobierno no se han olvidado de que intento ser escritor y en un gran gesto de generosidad han decidido publicar mi obra a nivel nacional, en soporte electrónico y en papel.

Estimados lectores, hoy salgo en el BOE.

9 mar 2011

No hay palomitas en el teatro

Como tantos otros viernes, fue al teatro. No se trataba de un ritual, ni nada parecido, pero lo hacía todos los viernes, aunque algunos se quedaba en casa. A veces iba con amigos, amigas, la pareja del momento y otras veces iba solo, como pasó aquella noche. Le gustaba bastante el teatro, la inmediatez de la actuación, la sensación de que él –junto con el resto de público que ocupaba el local esa noche- eran los únicos que jamás verían esa función. Nunca se podría repetir de la misma manera. Ésa es la magia que comparte el teatro con la fotografía, se puede fotografiar dos veces la misma silla, pero las fotos jamás serán idénticas. Si trazamos una línea, hemos creado una dimensión; si la recortamos hasta el mínimo, conseguimos un punto con tres dimensiones. De la misma manera logran los fotógrafos y los actores de teatro reducir el tiempo hasta el instante dotando a su obra de una atemporalidad aplastante. Lo mejor del teatro era, sin duda, que el vestíbulo no olía a palomitas.

Ese viernes se sentó en tercera fila, junto al pasillo. Le habían avisado que era una obra participativa, y él odiaba que le hicieran participar, pero no encontró mejores entradas. No pasó nada durante el primer acto, sólo algunas personas de primera fila recibieron disparos de confeti. Molesto, pero poco embarazoso.

El problema llegó en el segundo acto. Sin ninguna justificación de la trama, una de las actrices bajó del escenario y empezó a preguntar a la gente por la situación más vergonzosa en la que se habían encontrado relacionada con su vida sexual. La mayoría historias eran las típicas “aquella vez que nos pillaron nuestros padres/aquella vez que nos pillaron nuestros hijos”. Bastante aburrido pero bueno, el público no cobra por actuar.

Luego vino a mí. No supe que contar. Le dije que lo más violento era no tener ninguna posibilidad de situación violenta desde hacía años. No podía dejar de mirarla. Madre mía, como hubiese querido tener una situación violenta con ella. Ahí mismo, delante de las 199 personas del público. Cuando se apartó de mí para volver al escenario, deslizó lo que parecía un trozo de papel en el bolsillo de la americana. “Luego lo leeré”, me dije. Para mantener el misterio. También para poder mirarle el culo mientras se alejaba.

La obra en general me gustó bastante. Salí a la calle, entré en un bar, pedí algo de beber. Literalmente. Le dije al camarero “Ponme algo de beber”. El camarero me sirvió algo. Algo resultó ser una bebida con mucho alcohol.

Desperté en mi casa. Bien. Recordaba la obra de teatro del día anterior. Genial. Recordé incluso que una atractiva actriz me había deslizado un papel en el bolsillo de la americana. En el papel había un número de teléfono. Cogí mi móvil y marqué el número. Contestó una voz dulce, mucho más despierta que la mía. Una voz de mujer.

    Hola.

    Hola, ¿sabes quién soy?

    Claro, compré este teléfono ayer. Eres el único que lo tienes.

    Dime, princesa, ¿qué quieres que haga con este número?

    No te hagas ilusiones. Necesito ayuda. Y tu parecías suficientemente desesperado como para ayudarme sólo por poderme mirar las tetas. Aunque no lleve escote.

    Me calaste.

    ¿Me ayudarás?

    Sí, claro. ¿Cuál es el problema?

    Estoy retenida contra mi voluntad. Me obligan a actuar en esa obra de mierda 5 noches a la semana. Yo en realidad soy contable. No sé qué hago aquí ni para qué me quieren, pero no me puedo largar.

    Perdona que sea un poco incrédulo, pero me cuesta entender que una secuestrada pueda salir a la calle, hacer cuantas llamadas de teléfono quiera e incluso probablemente, encargar algo para cenar.

    ¿Puedes venir a mi piso? La dirección es…

Me apunté la dirección en un papel, me vestí, luego me quité la ropa, me duché y me volví a vestir. No parecía que fuese muy urgente el problema. Salí a la calle, entré en el metro y en veinte minutos estaba llamando a su timbre.

Me abrió la puerta vistiendo un pijama. Nada sensual, un pijama de los que usan las mujeres para dormir cuando están solas. Aun así tenía razón. No pude evitar mirar cuarenta centímetros al sur de sus ojos.

    Siéntate.

Obedecí. Le pedí que me contara el problema. Bebió un trago de su copa -¿de dónde había salido?- y empezó a hablar.

    Hace unos días estaba aquí, en mi casa, y llamaron a la puerta. Abrí y me encontré a un hombre enorme. Era una mole. Y me saludó. Tenía una ridícula voz de pito. Tal vez sólo estoy exagerando su tamaño pero la voz sonaba como una bisagra que ya no quiere abrirse. Sólo pude fijarme en eso y en sus brazos, que terminaban en lo que imaginé que eran dos muñones. Los llevaba cubiertos con unas vendas ensangrentadas. Empezó a hablar.

   
    Necesito que me ayude. Ayer me corté las manos con una guillotina para cortar papel. Necesito…

    ¿Un chute?

    No, tienes que escribir lo que yo te dicte.

    ¿Por qué iba a hacer eso?

    Me he cortado las dos manos a mí mismo, ¿qué crees que sería capaz de hacerte a ti?

    Bueno está bien – cogí el papel para notas de la mesita al lado del sofá- ¿Qué necesitas que apunte?

    Necesitarás bastante más papel. Vamos a escribir una obra de teatro.

    ¡Pero qué dices!

    Lo harás si no quieres que te pase nada.


    Por alguna razón le creí y me asuste. Él empezó a dictar, yo a escribir. Tardamos pocos días en tener la obra escrita. Yo no soy muy aficionada al teatro, pero la verdad, era bastante absurda. Cuando terminé, me encaré con él.


    Aquí tienes tu estúpida obra.

    Esto no ha terminado, ahora tienes que representarla.

    ¡No voy a hacer eso! Tengo una vida, y pretendo seguir con ella.

    Olvídate de eso. Voy a conseguir un teatro, y un grupo de actores. Vais a representar esta obra y cada noche, escribiremos lo que ha sucedido en el teatro.

    ¿Estás loco? ¿Cada noche escribir lo mismo?

    Nunca será lo mismo. El teatro consigue reducir el tiempo hasta un instante de modo que….

    Ya ya, eso ya lo he leído en alguna parte, ahórrate el rollo.



    No sé qué hizo para convencerme, pero lo consiguió. Tal vez fuera hipnosis, tal vez me drogara, no lo sé. El caso es que dejé mi trabajo y empecé a actuar. La obra va bastante bien, sacamos dinero. Pero me siento atrapada.

    ¿Por qué no te largas sin más? Si tienes miedo de él, vete a otro país.

    No puedo, hablando con él, es como si aquel hombre no estuviera dentro de su cuerpo, como si el cuerpo estuviera vacío. Creo que de alguna manera, ha llenado su cuerpo conmigo.

    Entonces, ¿Qué puedo hacer por ti?

    Nada

Me abrazó, y se puso a llorar. Fuimos al dormitorio y terminamos, como pasa viendo una mala película, dormidos antes de empezar la acción.

Al día siguiente, de camino a casa, compré el periódico. Una vez puestas mis zapatillas, me preparé un café y me senté en el sofá a leerlo. En la sección de cultura había una crítica sobre la obra de teatro que había ido a ver el viernes. La firmaba un tal Ayurdi. Qué gran hijo de puta, pensé.

7 mar 2011

Un cura de tantos

Estaba en mi casa viendo la televisión. En realidad estaba mirándola, pero teniendo en cuenta que eran las seis de la tarde, me da cierta vergüenza reconocerlo. Bebía una cerveza para ayudar a digerir aquellos residuos mediáticos que estaba engullendo. Estaba en pijama y zapatillas, disfrutando de la comodidad doméstica.

Alguien llamó a la puerta, algo a lo que no estaba acostumbrado. Sentí que el pijama era de velcro y clavaba con ansias sus ganchos en la tela del sofá. Tenía que hacer un esfuerzo enorme para despegarme de ahí y tenía mis dudas de que valiese la pena. Me sumergí en una profunda reflexión. A nivel ético, yo había adquirido un compromiso con el sofá que no sería correcto romper a la primera de cambio solo porque llamaran a la puerta. A nivel filosófico –siendo algo tendencioso y subjetivista- no podía asumir que existía algo detrás de la puerta si yo no la había visto. A nivel teológico, si fuese Dios el que venía a verme, no necesitaría llamar al timbre. Pero la verdad es al sofá solo le gusta mi pijama de velcro, si el timbre suena es porque agua lleva y Dios no existe.

Me levanté, gruñí, me levanté de  verdad y fui a la puerta. Abrí. ¡Dios mío qué miedo! Había un cura.

    Hola hijo.

¡Y me estaba hablando!

    Hola, realmente me llamo Juan. Y usted es…

    Puedes llamarme padre.

    Pero usted no es mi padre… ¿o sí?

    Claro que no hijo mío.

Que grima.

    Está bien, yo me llamo Juan, pero puede llamarme Spiderman.

    ¿Cómo?

    Es por seguirle el juego padre. ¿Quiere pasar?

    Si por favor.

Entramos. Le preparé un café. Nos sentamos en la mesa de la cocina.

    Usted dirá.

    Verás, me envía tu madre. Está muy preocupada por ti.

    Entiendo. ¿Y porque exactamente?

    Esas cosas que has estado escribiendo últimamente… son muy oscuras. Tanta muerte, tantas desgracias… ¿Estás bien? ¿Tu alma está en paz?
   
    Por supuesto padre. La ironía de la muerte es Dios hablando a través de mí.

    Entonces no tengo nada que hacer aquí.

    Bien, ha sido un placer.

    Serán noventa euros.

    ¿Disculpe?

    He estado poco tiempo, así que no le cobro la mano de obra, solo el desplazamiento.

    Ah, bien… bien.

Le estreché la mano. Me había estafado. Probablemente ni siquiera era cura. ¿Pero quien era yo para juzgarle? Me dedico a escribir mi vida en fascículos y me pagan por ello. Probablemente, por esta anécdota, me pagarían más de noventa euros.