24 ene 2012

Don Perillón

Tiempo aproximado de lectura: 5 minutos y medio  
 
De repente te encuentras delante del espejo, desnudo, limpio y aun un poco húmedo. Tu cuerpo es más o menos  lo que esperabas que fuera. Pocas sorpresas da el espejo, especialmente cuando la rutina diaria te obliga a revisitar esa masa de carne con demasiada barriga y demasiado poco cabello. Ni siquiera te entristece ver lo alejado de la imagen que tienes delante con respecto de aquella que quisieras ver o tal vez imaginas que podrías ser, o tal vez solo hipotetizas sobre si podría ser real.

Pero después de mirarte unos segundos a los ojos -¿de verdad estos ojos de perro triste son tuyos?- y en tu camino descendente para comprobar si tu pene sigue siendo tan pequeño como ayer, te cruzas con esa maravillosa mata-de-pelo-para-filosofar, también conocida como perilla. Admiras como día a día ha ido creciendo hasta llegar a tocarte la clavícula teniendo la cabeza bien erguida, porque no, de orgullo.

Te resulta fácil de recordar aunque difícil de creer como ha llegado tu bello facial a desarrollarse hasta semejante magnitud. Hace aproximadamente un año, una mujer te comenta que la perilla cuanto más larga mejor. A las pocas semanas la perilla va creciendo y empieza el sexo. Parece una simple regla de tres: a más perilla, mas sexo. Eso se cumple durante algunos meses. La mujer te dice “me gusta tu perilla” y seguís en la cama. Puesto que en ningún momento parece gustarle ninguna otra faceta de tu cuerpo o personalidad, es lógico para ti asumir que tu único atractivo es tu bello facial, y lo has conseguido gracias a ella, que te animó a dejarlo crecer. Le das las gracias las noches que duermes solo mientras acaricias tu pelo-de-pensar. Pasado el tiempo, la perilla sigue creciendo pero disminuye el sexo. Te dices a ti mismo que algo falla, tal vez deberías empezar a usar mascarillas, pero no te lo puedes permitir, porque el aumento de caprichos de la mujer es directamente proporcional a la disminución de afecto por su parte.

Finalmente llega el día de hoy, ya no hay mujer, ni mujeres, ni cosa parecida. El espejo te da la razón en que sin perilla eres del montón. Con ella sigues siendo del montón, pero tienes una enorme perilla. Le agradeces al espejo su aprobación pero le cuentas con la mirada que aunque tengas ese maravilloso pelaje mandibular, sigues sin sexo, sin dinero, sin trabajo y sin expectativas.

Después de pedir una cerveza en un bar y sentarte tranquilamente a leer en una mesa te das cuenta de que un hombre delante de ti te está mirando fijamente. No sabes si sentirte incómodo o halagado, pero por el momento le dejas que mire: la cerveza te durará media hora por lo menos y hay un libro en tus manos más interesante que ese hombre con rastas y mirada curiosa. Piensas que seguramente está admirando tu perilla. ¿Lo hará con envidia o desprecio? Empiezas a incomodarte cuando se levanta, se te acerca, y se sienta contigo, cara a cara.

    Quiero esculpirte –dice

    ¿Perdona?

    Me gustaría esculpir la cara de mi padre en tu perilla, ¿me dejarías hacerlo?

    ¿Estas ligando conmigo?

    No. He pensado que podríamos hacerlo, exponerte en un museo, y en la inauguración afeitarte. Podríamos ganar dinero.

    Bien. Deberías haber empezado con el dinero en lugar de las miraditas.

    Lo siento, pero, ¿te interesa? No he visto perilla como la tuya.

Y así sin proponértelo acabas cediendo lo único de valor que había en ti y tu cuerpo a un loco para que cree su obra de arte.

Pasáis semanas probando diferentes gominas y productos para el pelo. Todo de las mejoras marcas. Él te cuenta que los 3 meses que tenia de alquiler los invertirá en este proyecto y supone que no te importará que viva en tu casa este tiempo. Supone mal, pero le dejas quedarse porque cocina bien.

En este tiempo tu cara se convierte en el mástil de un barco pirata, la llama de una vela, un cochinillo en un plato decorado, el anzuelo en el que ha picado un pez de pelo negro, y otras figuras que a tu juicio resultan bastante humillantes. Descubres las incomodidades de tener esculturas en el cuerpo, especialmente a la hora de dormir, o al acercarse a un panal de abejas, que al parecer, se sienten atraídas por alguno de los productos que usa tu amigo. Cuando lo descubres le pides por favor que deje de usar miel y se limite a la gomina.

Pasados dos meses te ves con la cara de un señor completamente desconocido debajo de la tuya, como un  tótem a la absurdidad de todo este proyecto. Sabes por la foto que se trata de un militar. Sabes también que es el padre de tu amigo. Y temes porque sabes que ahora viene lo peor: van a exponerte en un museo. Mientras tu compañero de piso se dedica a hacer llamadas a diferentes museos tú piensas si aquello es lo que veía esa mujer en tu perilla, a otro hombre, otro hombre que le gustaba más. Imaginas que miraba a tu perilla para no ver tu cara y poder imaginarse otra encima de esa barba. Cuanto más pelo, más espacio para su imaginación. Dudas si llamarla para invitarla a la inauguración, por lo menos así podrá admirar su creación y finalmente decides que puede ser una buena idea.

Cuelgas el teléfono y ves a tu escultor delante, mirándote, esperando para decirte algo.

    No tengo muy buenas noticias... Los museos no están preparados para una obra tan innovadora y la han rechazado en todos.  La única opción es un spot publicitario

    Espera – le interrumpes-, no vamos a seguir con el proyecto.

    ¿Por qué? Podemos recuperar la inversión.

    Ya no me interesa. Lo siento pero tienes que irte, ahora.

Te cuesta mucho menos de lo que esperabas echarle de tu casa. Te pones una bolsa para el pelo en la perilla y te pegas una ducha. Arreglas un poco la casa, enciendes algunas ramitas de incienso. Esa noche vendrá tu ex. Te ha dicho que está deseando montarse un trio con el militar de tu perilla y tú. Alguna vez tenía que ser la primera.