8 mar 2012

Elise

 Tiempo aproximado de lectura: 2 minutos y medio.


Mírate al espejo. Pantalones, camisa ribeteada con unos tirantes, zapatos. Todo correcto. Vas a salir. Gabardina y sombrero. ¿Gafas de sol? No, por la noche no. Pero no sabes a que hora volverás, ¿verdad? No lo se, nunca he hecho esto. Cógelas. Coge las llaves. Besa a tu mujer como si no la fueras a volver a ver. Que fea es, ¿por qué la elegiste a ella? No me gusta como huele. Elise era mucho mejor ¿Recuerdas como solías imaginar el olor de sus bragas? Hasta que te invitó a sus casa para hacer juntos el trabajo de naturales. Gracias señorita Jeeves, gracias de verdad. Fuiste al baño y ahí estaban, en el cesto de la ropa sucia. Que asco, pensaste. ¿Estás listo? Lo estoy. Abre la puerta, ponte las gafas de sol. No. Está bien, te concedo esta. Baja las escaleras, sal a la calle. ¿Como podían oler tan mal? Solo tenía doce años. Que asco, QUE ASCO te dijiste. Olían igual que tus calzoncillos. No te quedes quieto, sabes a donde vamos. Camina. Ella me gustaba. Y todas las que vinieron después, ¿verdad? ¿Qué tenía ella de especial? ¿Qué tenía Elise? No pares, tenemos que llegar cuanto antes. Así me gusta, desgasta estos zapatos de maricón de quinientos dólares. ¿Sabes que con Elise nunca habrías ganado este dinero, no? No te habrías comprado estos zapatos, ni tendrías el mueble bar repleto de pequeñas joyas embotelladas. Eres un borracho Ayurdi, te bebes tu dinero. Primera noche de sexo con Elise. Sigue andando, estamos a solo dos manzanas. Te fumas tu dinero. Sabes que esos puros los han liado niños con sus manos, pero te da igual. Me das asco. Que pasa, ¿Te gustan los niños? ¿Te gustan las pequeñas manos de los niños? No claro que no. A ti ya no te gusta nada. Elise diciéndote que eres bueno, que deberías publicar tu obra. Escribes porque no tienes nada mejor que hacer, porque no sabes hacer nada. Dejaste escapar a Elise y te conformaste con tu mujer. Cállate. ¿Puedo comértela? Te dice. ¿Qué te pasa Ayurdi? ¿Qué mierdas te pasa? Ya que no eres capaz de amarla por lo menos fóllatela. Aunque no se sienta querida, por lo menos haz que se sienta deseada. Entra en el bar. Yo quiero a Elise. Ya no está. ¿Recuerdas? Elise, me obstruyes la creatividad. Elise, no me dejas volar. Elise, necesito espacio. Elise, necesito tiempo. Elise, suelta eso. Elise, no me creo que esté cargada. Hola suegra, Elise ha muerto. Pide un vaso de ginebra. Yo bebo whisky. Ya no, ahora bebes ginebra.

6 mar 2012

Caramelitos de morfina

Tiempo aproximado de lectura: 2 minutos.

Pequeña aclaración. Es probable que este cuento parezca incompleto sin la lectura previa de otros cuentos. Aunque no sea necesario, puede ser intersante leer los otros relatos con el tag 'Ayurdi' antes o después de este.


    La reacción habitual cuando uno ve a una persona sin manos es sentir lástima. La reacción habitual cuando uno se encuentra sin manos no la había vivido hasta ese momento. No se y realmente no me importa como lo viven los demás. Yo bebí. Bebí hasta que perdí el sentido y desperté en un hospital. Los hospitales son sitios donde la gente va a morir, o por lo menos a sufrir. Nadie iría a un hospital por placer. Excepto tal vez los “yonkis”. Adictos a diferentes medicamentos, a la atención –obligada- de otros seres humanos, a la compañía de seres sin nombre. Cuando desperté sentí dolor, los muñones me ardían como si miles de hormigas se hubiesen comido las manos a pequeños mordiscos y ahora se estuvieran cagando en la herida. Pero sin duda el mayor dolor fue la decepción de ver el culo de esa enfermera, ese culo joven, perfecto, y no poder tocarlo. Me daba igual todo lo demás, no me importaba

    No poder escribir bien,

    No poder cocinar,
    
    No poder saludar,

    No poder repicar un ritmo con los dedos sobre la mesa,

    No poder limpiarme el culo,

    No poder coger un vaso de ginebra.
    
    Sólo me importaba no poder acariciar ese culo.

    Estuve unos cuantos días postrado, aficionándome a la codeína que me traía la enfermera tres veces al día. De vez en cuando venía un médico a visitarme, siempre el mismo tipo vestido con bata y cabello engominado. Demasiado rico y joven para saber de que iba realmente su trabajo. Examinaba con sus dos manos mis muñones heridos y le indicaba a la enfermera que siguiera con las curas. Que hijo de puta, seguro que se la machacaba pensando en ella. Pero jamás le había puesto la mano encima, eso no; ella era mi princesa.

    Cuando salí del hospital me despedí de ella, le dije “Soy Ayurdi, el escritor, vente conmigo”. Sonrió y seguí con sus cosas. Era un caballero sin manos para poder empuñar la lanza. Por lo menos tenía dinero. Y en casa tenía, al menos, dos botellas de ginebra. Y una idea para una novela. Si, la vida a veces se porta bien.

5 mar 2012

Hola, Dídac

Tiempo aproximado de lectura: 1 minuto y medio

He tardado algo más de veintisiete años pero por fin me he acostumbrado a mi cara. No se trata de que hasta ahora me sorprendiera o asustase al mirarme en un espejo. Sabía que ese era yo, pero era más bien una cuestión de fe en la física y cierto conocimiento de la refracción y la reflexión de la luz, que de conocer a esa persona.

Pero hoy me he levantado para bajar del tren, me he puesto el abrigo, y me he visto reflejado en la ventana –era oscuro ya. Y por primera vez, al verme he pensado que ese era yo. No se ha tratado esta vez de un reflejo como hasta ahora, no, he visto una cara que me representa.

He visto el cansancio del trabajo, las entradas en el pelo, lo ojos preocupados por las entradas en el pelo, la incipiente esferificación de mi rostro –aquí he exagerado un poco, pero es cierto que he engordado últimamente-, esas gafas que no he cambiado en siete años, esas que compré cuando decidí cortarme mas de cincuenta centímetros de cabello, esta barba que me recuerda mi mas reciente episodio emocional –ellas las prefieren largas. Y lejos, parece ser. También he reconocido este bigote de la-mujer-de-la-limpieza-me-ha-perdido-la-maquinilla-de-afeitar.

Sólo he tenido unos diez segundos para verme, y para saludarme. “Hola Dídac. ¿Sabes? No estás tan mal, pero aféitate”. Luego he ido a comprar unas lonchas de pavo, una cebolla, y un pack de cerveza. Hay que ver las cosas que compra Dídac cuando está solo.