7 mar 2011

Un cura de tantos

Estaba en mi casa viendo la televisión. En realidad estaba mirándola, pero teniendo en cuenta que eran las seis de la tarde, me da cierta vergüenza reconocerlo. Bebía una cerveza para ayudar a digerir aquellos residuos mediáticos que estaba engullendo. Estaba en pijama y zapatillas, disfrutando de la comodidad doméstica.

Alguien llamó a la puerta, algo a lo que no estaba acostumbrado. Sentí que el pijama era de velcro y clavaba con ansias sus ganchos en la tela del sofá. Tenía que hacer un esfuerzo enorme para despegarme de ahí y tenía mis dudas de que valiese la pena. Me sumergí en una profunda reflexión. A nivel ético, yo había adquirido un compromiso con el sofá que no sería correcto romper a la primera de cambio solo porque llamaran a la puerta. A nivel filosófico –siendo algo tendencioso y subjetivista- no podía asumir que existía algo detrás de la puerta si yo no la había visto. A nivel teológico, si fuese Dios el que venía a verme, no necesitaría llamar al timbre. Pero la verdad es al sofá solo le gusta mi pijama de velcro, si el timbre suena es porque agua lleva y Dios no existe.

Me levanté, gruñí, me levanté de  verdad y fui a la puerta. Abrí. ¡Dios mío qué miedo! Había un cura.

    Hola hijo.

¡Y me estaba hablando!

    Hola, realmente me llamo Juan. Y usted es…

    Puedes llamarme padre.

    Pero usted no es mi padre… ¿o sí?

    Claro que no hijo mío.

Que grima.

    Está bien, yo me llamo Juan, pero puede llamarme Spiderman.

    ¿Cómo?

    Es por seguirle el juego padre. ¿Quiere pasar?

    Si por favor.

Entramos. Le preparé un café. Nos sentamos en la mesa de la cocina.

    Usted dirá.

    Verás, me envía tu madre. Está muy preocupada por ti.

    Entiendo. ¿Y porque exactamente?

    Esas cosas que has estado escribiendo últimamente… son muy oscuras. Tanta muerte, tantas desgracias… ¿Estás bien? ¿Tu alma está en paz?
   
    Por supuesto padre. La ironía de la muerte es Dios hablando a través de mí.

    Entonces no tengo nada que hacer aquí.

    Bien, ha sido un placer.

    Serán noventa euros.

    ¿Disculpe?

    He estado poco tiempo, así que no le cobro la mano de obra, solo el desplazamiento.

    Ah, bien… bien.

Le estreché la mano. Me había estafado. Probablemente ni siquiera era cura. ¿Pero quien era yo para juzgarle? Me dedico a escribir mi vida en fascículos y me pagan por ello. Probablemente, por esta anécdota, me pagarían más de noventa euros.

1 comentario:

  1. je, je, solo falta que los curas te cobren....... m'agrada, m'agrada aixó que escrius.

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