23 feb 2011

Cinco razones para no acostarte conmigo

Tiempo aproximado de lectura: 4 minutos

    Si me das cinco razones para no acostarte conmigo te invito a una cerveza, y ni siquiera hace falta que te la tomes conmigo.

    ¿A cuántas me invitas si me acuesto contigo?

    Espera, tengo que hacer un rápido examen moral para decidir si eso es simpatía o prostitución.

Llegado este punto empezó a mirarme mal. No habría sabido decir en ese momento si era un mal malo o un mal bueno. Se podrían traducir respectivamente como reprobación y lascivia, ambas palabras femeninas.

    Para empezar, no te conozco.

    ¿Con cuántos de tus amigos has ido a la cama?

    Ninguno…

    Las matemáticas no están de tu parte princesa.

Le pedí una cerveza, la pagué y me fui. No sé si me miró cuando salía, me importaba poco.

Salí a la calle y encendí un cigarrillo. Entonces me di cuenta de mi error. No debería haber salido del bar. No desde luego, sin haber bebido algo. La probabilidad de volver a encontrarme con esa chica me producía una sensación de pereza que no me apetecía afrontar, así que entré en otro bar.

    ¿Cuál es la bebida con alcohol más barata que tienes?

    El ambientador del baño.

    Ponme uno con hielo, y una copa de ginebra.

Me senté en el reservado para perdedores al fondo de la barra a disfrutar de mi bebida mientras decidía que iba a comer al día siguiente. A menudo esa era la decisión más difícil que tenía que afrontar.

    Hola, guapo.

Genial, otra mujer. A esta no tenía ganas de emborracharla. Era realmente preciosa, y los otros perdedores del bar habían empezado a mirarme mal, con algo parecido a la envidia pero más borroso. Ya me había decidido por macarrones.

    Hola, preciosa.

    Eres Ayurdi, el escritor, ¿verdad?

    Si me das cinco razones para no acostarte conmigo te invito a una copa de ambientador.

    No hay tiempo para tonterías. Ven conmigo, rápido.

No tenía nada que hacer hasta la hora de comer, y aún faltaban algunas horas. Salimos del bar, ella pidió un taxi y le dio una dirección. No tenía ni idea de donde estaba esa calle, así que probablemente no hubiese bares ni restaurantes chinos por ahí. Ya tenía unas cuantas razones para no acostarme con ella.

Paramos en medio de un polígono industrial, y me vi arrastrado al interior de una nave que tenía todas las luces encendidas. Cambio de opinión. Tenía varias razones para llevarla a la cama, o al suelo, o a las angostas escaleras por las que subimos hasta un despacho lleno de mugre que al parecer, era nuestro destino.

Sentado en una silla delante del escritorio había un hombre con aspecto de cadáver que de vez en cuando respiraba, como por casualidad.

    Adelante, ¡ayúdalo!

    Mira, nena, si no fuera porque te has dirigido a mí como “Ayurdi el escritor” te diría que te has confundido de persona. Ahora simplemente pienso que estás loca.

Entonces vino lo bueno. Más que bueno sorprendente. Más que sorprendente me cagué en todo. El viejo tenía el despacho lleno de libros míos, había centenares de ejemplares. Incluso había una plancha de corcho en la pared con más de mil servilletas de papel que había garabateado por los bares. Creí distinguir incluso una servilleta de tela de un restaurante chino con una dirección apuntada. Todo, absolutamente todo lo que había escrito estaba ahí.

    ¡Mierda! ¿Qué mierdas le pasa a este viejo? ¿Me has traído a ver a un admirador moribundo? No sé qué pretendes, princesa, ¡pero no me gusta una mierda!

    Relájate imbécil.

    ¿Qué se supone que tengo que hacer ahora?

    ¿No le reconoces?

    No he visto a este viejo en mi vida.

    Se llama Ayurdi

    ¿?

    Es el protagonista de tu primera novela. La autobiografía que no terminaste. Eres tú, imbécil. Él es quien ha escrito todos los libros que ganan el dinero que tu gastas en ambientador. Pero tú tienes que seguir escribiéndole a él. Si no te hubieras imaginado con treinta años más de los que tenías entonces, no le verías tan jodido. Tienes que seguir escribiendo la vida de un escritor genial, contar cuantas mentiras sean necesarias si quieres conservar tu ginebra, tu ambientador de baño y las jovencitas que tanto te gustan.

    Dame cinco razones para no acostarte conmigo y seguiré escribiendo.

    Eres gordo, viejo, un fraude, hueles mal y tendrías que ponerte de puntillas para besarme.

    Me acerqué al escritorio mientras observaba por el rabillo del ojo su sonrisa de satisfacción, pero en lugar de coger la máquina de escribir, cogí la guillotina y me rebané la mano izquierda. Ella se quedó paralizada mientras me las apañaba para cortarme la mano derecha con ayuda del muñón izquierdo.

    ¡Pero qué haces imbécil!

    Prescindir de mi editora. Adiós, preciosa, me ha encantado conocerte.

Bajé las escaleras angostas donde podrían haber pasado cosas maravillosas, y con algunos trozos de tela me vendé los muñones. Esperé más de una hora a que pasara un taxi y fui para el centro. Entre en un bar. Pedí una ginebra.

    Si me das cinco razones para no acostarte conmigo te invito a una cerveza.

    Si cuentas todos los dedos que te faltan, tienes diez razones.

Le pedí una cerveza, la pagué y me fui a casa. Solo podía pensar en cómo prepararía la mañana siguiente la salsa para los macarrones.

1 comentario:

  1. Bien, bien.... així m'agrada. Ja he tingut la meva dossis....

    Macabro y divertido.

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