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La reacción habitual cuando uno ve a una persona sin manos es sentir lástima. La reacción habitual cuando uno se encuentra sin manos no la había vivido hasta ese momento. No se y realmente no me importa como lo viven los demás. Yo bebí. Bebí hasta que perdí el sentido y desperté en un hospital. Los hospitales son sitios donde la gente va a morir, o por lo menos a sufrir. Nadie iría a un hospital por placer. Excepto tal vez los “yonkis”. Adictos a diferentes medicamentos, a la atención –obligada- de otros seres humanos, a la compañía de seres sin nombre. Cuando desperté sentí dolor, los muñones me ardían como si miles de hormigas se hubiesen comido las manos a pequeños mordiscos y ahora se estuvieran cagando en la herida. Pero sin duda el mayor dolor fue la decepción de ver el culo de esa enfermera, ese culo joven, perfecto, y no poder tocarlo. Me daba igual todo lo demás, no me importaba
No poder escribir bien,
No poder cocinar,
No poder saludar,
No poder repicar un ritmo con los dedos sobre la mesa,
No poder limpiarme el culo,
No poder coger un vaso de ginebra.
Sólo me importaba no poder acariciar ese culo.
Estuve unos cuantos días postrado, aficionándome a la codeína que me traía la enfermera tres veces al día. De vez en cuando venía un médico a visitarme, siempre el mismo tipo vestido con bata y cabello engominado. Demasiado rico y joven para saber de que iba realmente su trabajo. Examinaba con sus dos manos mis muñones heridos y le indicaba a la enfermera que siguiera con las curas. Que hijo de puta, seguro que se la machacaba pensando en ella. Pero jamás le había puesto la mano encima, eso no; ella era mi princesa.
Cuando salí del hospital me despedí de ella, le dije “Soy Ayurdi, el escritor, vente conmigo”. Sonrió y seguí con sus cosas. Era un caballero sin manos para poder empuñar la lanza. Por lo menos tenía dinero. Y en casa tenía, al menos, dos botellas de ginebra. Y una idea para una novela. Si, la vida a veces se porta bien.
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