16 abr 2013

De tres en tres


Me desperté sobresaltado por una erección considerable. Bueno, realmente lo que me sobresaltó fue el despertador, pero la erección viene a cuento de lo que acababa de soñar. Paré la máquina que tenía a mi lado. No os preocupéis, no se trataba de ningún tipo de respirador artificial, ni monitor de constantes vitales, ni nada por el estilo. Era mi único, mejor, y completamente revolucionario invento: una máquina de grabar los sueños. Esa pequeña joya de mi creación era capaz de monitorizar y grabar cada una de las imágenes que nuestro degenerado cerebro puede generar mientras dormimos, y almacenarlas en un soporte magnético. Por desgracia, se trataba de una cinta de formato Betamax, razón por la que mi máquina no me produjo ningún beneficio. Además, tampoco tenía un reproductor que funcionara con ese formato.

Esa es la razón por la que me pasaba entre una y dos horas en cada jornada laboral buscando por internet una de estas antiguallas. “¡Que cojones! ¡Si consigo sacar todo esto de mi cabeza habré creado un nuevo y definitivo tipo de porno!” – Me decía. Pero nunca había suerte. Cuando encontraba a alguien dispuesto a vender un video beta,  siempre acababa siendo un fraude. O me traían un maldito VHS  –alegando que eran la misma cosa- o directamente se presentaban en aquél callejón de mala muerte con los pantalones por la rodilla. Al parecer, “beta”, tenía algún significado extra en la comunidad gay de la ciudad. La jodida era digital.

Pasaron un par de años y yo seguía fiel a mi ritual. Me duchaba, cenaba algo, me metía en la cama, ponía una cinta en la máquina, me masturbada –sin terminar siempre- y me quedaba dormido. Lo de no terminar es porque tenía la teoría de que mi cerebro haría el resto del trabajo durante la noche, y así la máquina podría grabarlo. Como descubriría unos meses más tarde, no funcionó.

Finalmente llegó el día en que sonó el teléfono -no recuerdo porque estaba en casa. Debería haber estado en el trabajo, pero estaba en casa- y una voz de color gris me dijo “Tengo lo que buscas”. Era improbable que me estuviera ofreciendo un amor real y desprendido, o una suma de dinero incalculable, así que bien, tenía mi reproductor beta. Si la voz hubiese sido amarilla, o tirando a verde, habría dudado de las palabras de ese individuo. Al fin y al cabo, después de tantas decepciones, habría sido lo más normal. Pero esa voz era gris. Una voz de ese color no miente ni promete. Simplemente suelta verdades después de haberlas desgastado un poco con un rallador de tomate. Me dio una dirección, y me dijo que preguntara por Ayurdi. Mañana, a lo largo del día, pero no antes de las doce. Hasta las doce estaba con las chicas.

Me desperté  antes de las nueve. “Las chicas”, resonaba en mi cabeza. ¡Qué cabrón! Pero poco importaba si me podía proporcionar el reproductor de video. Cuando lo tuviera, sacaría el material de todas esas cintas y me forraría con él. El ir y venir de chicas no pararía nunca en mi casa. Desayuné una cerveza. Me encanta la cerveza. Si no fuera porque los médicos aseguran estar convencidos de que es necesario beber agua, bebería únicamente cerveza. También está el tema del alcoholismo, pero se podría decir que eso es un efecto secundario del buen humor, como su inevitable consecuencia, la cirrosis hepática.

Una vez vestido, me fijé bien en la dirección, y la busqué en internet. Era la dirección de uno de los mejores hoteles de la ciudad, en el centro. Tardaría poco más de treinta minutos en llegar hasta ahí, así que decidí ir hacia allí y tomar un café en la cafetería del hotel. Con un poco de suerte, vería a las chicas.

La recepcionista me indicó que efectivamente el señor Ayurdi se hospedaba ahí con una preciosa voz azul. Son esas voces que, carentes de gravedad, se deslizan por el aire en línea recta, transmitiendo un mensaje claro y con buen olor. No obstante, no podía darme su número de habitación hasta las doce. Así lo había expresado él.

¡Cuántas voces marrones había en la cafetería! Estas voces de tonos y mensajes confusos, sin relevancia alguna siquiera para los interlocutores. Las voces marrones solo sirven para decir cosas como “Hoy va a llover” o “¿Has visto como se desplomado el índice  Nikkei 225”? Me agobiaban tanto que me puse los auriculares y me puse algo de música. No perdía de vista ni un momento las puertas del ascensor. En algún momento saldrían de ahí un grupo no menor de dos chicas bien vestidas, bien maquilladas, y esa sería mi señal para reunirme con el señor Ayurdi. A las once y cincuenta y ocho minutos aparecieron. Fue fácil distinguirlas. Eran tres. Eran increíbles. Jodido Ayurdi, que suerte tienes.

Volví a acercarme a recepción, y a unos pasos del mostrador, la chica que me había atendido antes ya había cogido un papel y un bolígrafo para apuntar algo. Antes de que pudiera siquiera saludar, ya me había entregado el papel con un número de habitación. Vestíbulo, ascensor, pasillo, toc-toc, “pase, por favor”.

La habitación era muy grande, y estaba sorprendentemente ordenada para lo que -suponía- acababa de pasar ahí. Ayurdi, con las manos siempre en el bolsillo de su bata, se sentó en una butaca y sin decir nada dirigió su mirada hacia la mesa. Ahí estaba: un fantástico reproductor de video beta que parecía completamente nuevo. Me sentí transportado a los ochenta, pero sin toda esa ropa y música hortera.

           ¿Cuánto quiere por ella?

           No quiero dinero.

(…)

Necesito que me hagas un favor. Luego podrás quedártela.

La voz de Ayurdi era completamente negra. Por un lado era imposible ver a través de sus palabras; por otro, daba la sensación que los oídos de uno se iban ensuciando a medida que escuchaba. Recordé que por teléfono había sonado gris. Supongo que el ancho de banda de la línea telefónica no es suficiente para transmitir según qué matices. Un favor. En mi mundo la gente sólo pide dinero a cambios de las cosas y los servicios. Únicamente en las películas se venden favores. En cualquier caso, me sentía tan fuera de mi ambiente que bien podría estar fuera de mi realidad. Resulta curiosa la percepción de la realidad. Es como estar dentro de un globo aerostático. No digo en la cesta, sino en el propio globo. A medida que van pasando los años, el globo se hincha, y tenemos más volumen de realidad. No deja de ser una especie de vacío relleno de aire y otras partículas, pero la gente lo llama realidad. Poco a poco vamos aprendiendo a movernos en ese espacio y vamos poniendo nombres a las partículas en suspensión. Algunas de esas partículas, o alguna extraña brisa dentro del globo nos resultan tan curiosas que hasta nos encariñamos con ellas, pero la verdad es que seguir con la mirada una brisa dentro de un globo aerostático resulta bastante complicado. ¡Imaginad retenerla entre los dedos!

Entrar en la habitación de aquel tipo fue como si alguien hubiese reventado mi globo. Mis partículas de realidad escampaban en todas direcciones. Y no hubo manera de retenerlas. Estaba claro que la única opción era aprender a conocer esta nueva burbuja en la que estaba, pero no iba a resultar tan fácil, porque este aire estaba lleno de cristales flotando.

De todo esto me daría cuenta más tarde. La verdad es que en ese momento, sólo podía pensar en dos cosas: mi reproductor betamax, y que ese tío contrataba a las putas de tres en tres.

           ¿De qué se trata? – Pregunté. Creo que se notó la suspicacia en mi cara. Él se rió.

           ¡No te preocupes hombre! No voy a pedirte que mates a nadie. Si no quieres, claro. Sólo necesito de ti que entregues un mensaje. El sobre está ahí, al lado de tu cacharro.

El número de películas que empezaban así era incontable. Tío raro pide un favor aparentemente sencillo, y chaval inconsciente promete cumplirlo pensando que se va a hacer rico. Chaval inconsciente se mete en un montón de líos. Chaval inconsciente no consigue lo que había acordado, pero consigue a la chica. A la mierda, yo quiero mi reproductor. Ya no soy ningún chaval.

           Acepto – Respondí – Deme los detalles e iré para allá ahora mismo.

No era un tipo muy dado a conversaciones, por lo que pude ver. Daba igual, me indicó una dirección, y me dio treinta euros para un taxi.

No hace falta que preguntes por nadie -me avisó- Llama la puerta, entrega esto a quien te abra y vuelves aquí.

Empezaba a mosquearme bastante ese favor. Sobres sorpresa para personas sorpresa en direcciones desconocidas. “No, te preocupes, sabré si lo has hecho bien”, era lo último que me había dicho antes de que cerrara la puerta de su habitación.

Pasillo, ascensor, recibidor, “¡Taxi! A esta dirección, por favor”, toc-toc -¡siempre toc-toc! ¿Es que las puertas no pueden sonar de otra manera?-, “¿qué quiere?”, “Tenga, adiós”,  “¡Taxi! Al hotel A, por favor, vestíbulo, ascensor, pasillo, ..., ..., toc-toc.

      Vengo por mi reproductor.

Sonrió, me dio las gracias y señaló con el mentón el reproductor. Lo cogí y cerré la puerta detrás de mí. Así de fácil. No podía creer que estuviese a punto de visionar mis sueños de los últimos meses. Pasillo, ascensor, vestíbulo, metro, "próxima parada", mierda donde están las llaves, cables y conectores, play.

Mientras rebobinaba la cinta, se me pasaron por la cabeza todas las escenas que me imaginaba que se habrían grabado. Se me puso dura con sólo pensarlo. La cinta término de rebobinar con un click. Ansioso, pulsé el botón de reproducción. Efectivamente, era un plano fantástico. La pantalla estaba llena de piel con el bello erizado, y los gemidos llenaban el aire de mi globo aerostático. En ese video, yo era un dios. Era el dios al que esa jovencita de caderas perfectas había rezado toda su vida para que la follara, y al fin le había concedido su deseo.

Como espectador impaciente, empecé a desear fervientemente verle la cara -estaba de espaldas- a la encarnación del placer que era esa chica en la pantalla. ¿Con quién había sonado? ¿La conocía? Me voy a forrar con este invento. Todos los hombres y mujeres querrán uno. ¿Por qué no se da la vuelta? Mierda tengo que verle la cara. Tengo que encontrarla y decirle que tenemos que hacer lo que está en el video.

Al final de la escena yo soltaba su pelo, me separaba de ella satisfecho y me tumbaba a su lado. Ella aún seguía con las rodillas y los codos sobre la cama, así que pude ver claramente su cara.  La conocía, hacia pocas horas le había entregado un sobre cerrado.


               


2 comentarios:

  1. Me flipa Ayurdi.
    En serio, ¡me encanta, me encanta, me encanta!
    Y me ha encantado lo del color de las voces porque es algo que me pasa mucho. Jajajajaja.
    Lo mejor y lo peor de Ayurdi es no poder ubicarle nunca en el tiempo con estas pequeñas historias.

    Disculpa por la espera, han sido unos días extraños.

    De verdad, este me ha encantado.

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  2. ¡¡Bien!! Me encanta que te haya gustado.
    ¿Sabes? Soy daltónico, así que he hecho algo de trampas jaja.

    Lo de perderse un poco con la trama... ¡te lo explico por privado mejor!

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