16 feb 2011

El azar no existe

Estas definiciones pueden ayudar a la ágil lectura del texto:
Azar: causalidad presente en diversos fenómenos que se caracterizan por causas complejas y no-lineales.
Aleatoriedad: campo de definición que, en matemáticas se asocia a todo proceso cuyo resultado no es previsible más que en razón de la intervención del azar. El resultado de todo suceso aleatorio no puede determinarse en ningún caso antes de que este se produzca
Arbitrariedad: Acto o proceder contrario a la justicia, la razón o las leyes, dictado solo por la voluntad o el capricho.


Pongamos sobre la mesa el ejemplo más típico de la aleatoriedad: una moneda al aire de la cual desconocemos la cara que quedará al descubierto. Asumimos que el resultado es fruto del azar. Bien pues, nada más lejos, porque las dos caras de la moneda son diferentes. Sería lo mismo esperar  que un niño nacido entre la pobreza de una familia de mineros –por coger un estereotipo un tanto arcaico pero muy significativo- tiene las mismas probabilidades de llegar a científico, filósofo o presidente que otro niño nacido en una familia rica, con todos los recursos  su alcance.

Dos cosas diferentes nunca serán iguales, igual que no lo serán sus posibilidades.

Volviendo a la moneda original, ese símbolo favorito del azar –luego hablaremos de esto- solo hay una manera de convertirla en una manifestación real de aleatoriedad: usar una moneda con dos lados idénticos. Por desgracia eso nos impediría saber  cual es el  lado de la moneda que está boca arriba, pues seriamos incapaces de diferenciarlo del otro.


Esta es la demostración de que el azar como concepto es inmaterializable para el ser humano. La única manera de escoger un camino es entre dos caminos idénticos, y nosotros  no somos capaces de discernir entre dos cosas idénticas, sino que necesitamos asignarles una identidad, del mismo modo que cuando guardamos alimentos en el congelador los etiquetamos para reconocerlos luego. Por ejemplo, podemos tener varios paquetes con pollo, pero solo habrá uno que se llame “Pollo-Filetes-03/10/2009”. Del mismo modo en un laboratorio, usan etiquetas en diferentes tubos de ensayo para poder cotejar el resultado de los experimentos. Al asignar esa etiqueta, estamos otorgando una nueva identidad.

Esa identidad por fuerza lleva consigo parte de la persona o cosa que se la ha otorgado, haciéndolo diferente de la identidad que hayan recibido los otros sujetos de estudio. Incluso si la misma persona asigna identidades a las dos caras de la moneda lo hará en dos instantes diferentes, condicionándola por ello. La clave de la cuestión es que al asignarle una identidad a una de las caras de la moneda, la identidad de la segunda cara será por fuerza diferente, pues la primera ya no estará disponible. Y por supuesto, cuando existe una condición impuesta por el hombre, nos vemos forzados a cambiar la aleatoriedad por la arbitrariedad.

Como había referido anteriormente, la moneda lanzada al aire se ha escogido como símbolo de aleatoriedad por desafiar todas las leyes humanas de las probabilidades y conseguir reducir cualquier posibilidad al 50% de probabilidad. Puede suceder, o puede no suceder. En el fondo de nuestro pensamiento racional sabemos que cualquier cosa, cualquier probabilidad que calculemos se reduce siempre al 50%. Puede que suceda, o puede que no. “Mañana cuando salga de casa, puede atropellarme un autobús, o puede que no suceda”. La muerte y la vida tienen siempre el 50% de probabilidades de suceder en el próximo instante de nuestra existencia.

Los matemáticos, y más concretamente los dedicados a la estadística, nos dicen que es calculable la probabilidad de que algo suceda, pero al parecer a veces obviamos algo muy sencillo: nuestro método científico se basa en la prueba y error. Eso significa que es incapaz de demostrar nada en sí mismo, puesto que a lo máximo que llega es a poder afirmar que “hasta el día de hoy, siempre que se ha dado la situación A, se ha producido la reacción B”, lo cual está muy lejos de poder afirmar que “mañana, cuando suceda la situación A, se producirá la reacción B”. Naturalmente entre las inquietudes del ser humano, hemos encontrado este pilón al que poder aferrarnos, y no lo soltaremos así como así, y eso está bien, pero tampoco podemos pretender crear nuevas leyes que sobrescriban las leyes naturales que existían antes que nosotros. Un ejemplo muy claro es el siguiente: durante milenios hemos observado que cada día el sol sale por el este y se pone por el oeste. Hemos convertido esto en ley, y ahora enseñamos a nuestros hijos que por la mañana el sol sale por el este, y se pone por el oeste. Incluso hemos generado un calendario alrededor de esta creencia casi religiosa. Pero, ¿que nos frena de pensar que tal vez el sol realiza este recorrido cada día durante varios miles de años y luego invierte el ciclo? ¿Qué pasaría si mañana la tierra cambiase de sentido de rotación? ¿Qué pasaría si la llamada “constante” gravedad empezara a variar?

En conclusión, el hombre jamás podrá contemplar un suceso aleatorio –suponiendo que este pueda existir-, puesto que para ello necesitará previamente etiquetar los posibles resultados como “resultado A” y “resultado B” –u otros resultados posibles- dotando el proceso de la arbitrariedad propia del género humano y condicionando el resultado. Así pues, si existe la aleatoriedad, un ser humano jamás podrá percibirla porque no es capaz de diferenciar dos entidades idénticas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario