16 feb 2011

Ferreterías y elefantes

Trabajar en una ferretería puede parecer un trabajo aburrido. Suele serlo. No sé de nadie que trabaje en una ferretería y piense lo contrario. Tal vez si hubiese menos ferreterías habría menos suicidios. Puede que en Finlandia, donde hay tantos suicidios, también haya muchas ferreterías.

Nuestro protagonista trabaja en una ferretería. Durante ocho horas al día vende clavos, herramientas, bombillas, trozos de cable y demás materiales con los que nadie quiere trabajar pero tiene que hacerlo. Trabaja en una ferretería y vive en un cementerio de elefantes.

Qué complicado es vivir en un cementerio de elefantes. No puede ni ir a comprar el pan. Ya no sólo porque la única panadería está a cincuenta kilómetros de casa si no por vivir con el constante miedo de que le caiga una mole gris de varias toneladas encima. Pero cada mañana se levanta, se lava la cara, hornea un poco de pan y cuando está desayunado y vestido sale a la calle, esquivando cadáveres y proyectos de cadáver para ir a abrir una ferretería que ni siquiera es suya.

Hubo una mañana diferente. Llegó antes al trabajo y se sentó en una cafetería a tomar un café. No le gustaba el café pero entrar en una cafetería y pedir otra cosa hubiese sido como entrar en una pescadería y pedir algo que no fuese pescado.

Como suele suceder cuando alguien se sienta solo en algún sitio, alguien se sentó delante de él. Era un hombre de unos cincuenta años, cabello canoso, ropa normal, cara normal, mirada normal. Lo único que hacia especial a ese hombre era que se hubiese sentado delante de él.

Oye perdona, ¿podrías matarme? –le dijo

¿Disculpe?

Quisiera comprobar una cosa.

¿Cuál, que a uno le mandan a la cárcel por asesinato?

No, eso está más que demostrado. Pero tengo la convicción de que si muero, no moriré realmente, sino que me dividiré en dos y seguiré viviendo dos vidas diferentes.

¿Me estás hablando de cuerpo y alma?

¡Qué tontería!, te estoy hablando de dos personas enteritas, con sus cuerpos y sus almas. Como una especie de mitosis a gran escala.

Ahora había algo más que hacía a ese hombre especial. Matar a alguien sin duda supondría una agradable ruptura de la rutina diaria de la ferretería –número 46, ¡yo!, ¿Qué necesita?, cuatro tuercas del 6, aquí las tiene son 12 céntimos pase por caja, gracias, ¡numero 47! -. Por otro lado, le preocupaba la idea de que la suposición de ese hombre no fuese cierta. ¿Y si moría y no había ningún tipo de mitosis? Eso le convertiría a él en un asesino. Tal vez ser un asesino sería mejor que ser dependiente de ferretería. Decidió aceptar, al fin y al cabo, pasaba la mitad de sus días rodeado de cadáveres de elefantes, por uno más no podía cambiar mucho la cosa.

Quedaron el domingo para realizar el experimento. El hombre trajo una pistola, para facilitar el trabajo, y unos guantes para evitar problemas si el tema salía mal.

Adelante, hazlo.

¿Estás seguro?

Sí.

Si mueres, ¿hago algo con tu cuerpo?

Arrójalo con el de los elefantes.

Apretó el gatillo. Después de una mueca desencajada se desplomó. No hubo convulsiones, no hubo mitosis, al menos que se pudiera apreciar.

No se conocían mucho realmente. Lo único que lamentó fue que después de 27 años trabajando en una ferretería no tenía ninguna de las herramientas que iba a necesitar para transportarlo hasta donde se iban amontonando los elefantes.

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